martes, 3 de enero de 2012

El mar del tiempo perdido (II)




Tobías cumplió. A las cuatro, arreglado como para hacer una visita, apareció en el corredor donde la esposa había pasado la tarde componiéndole al viejo Jacob su ropa de viudo.
Hizo una entrada tan sigilosa que la mujer se sobresaltó.

-Dios santo-eclamó-, creí que era el arcángel Gabriel.

- Pues fíjese que no-dijo Tobías-. Soy yo, y vengo a contarle una cosa.

Ella se acomodó los lentes y volvió al trabajo.
- Ya sé qué es- dijo.
-A que no- dijo Tobías.
- Que anoche sentiste un olor de rosas en el mar.
-¿Cómo lo supo?- preguntó Tobías, desolado.
- Es que a mi edad- dijo la mujer- se tiene tanto tiempo para pensar, que uno termina por volverse adivino.


[Gabriel García Márquez "El mar del tiempo perdido" (1961) en La increíble y triste historia de la Cándida Eréndida y su abuela desalmada]