viernes, 23 de julio de 2010

200 años, 200 minutos de reflexión.


Ayer acudí a una charla acerca del Bicentenario a cargo de la historiadora María Saenz Quesada, y del economista Rogelio Frigerio, entre otros profesionales. Explicaron y abarcaron temas de los últimos doscientos años de manera muy didáctica, asi que, ahí les va!:

Entre el 2009 y 2010, muchos países latinoamericanos celebraron sus bicentenarios: Bolivia, lo hizo reivindicando los pueblos originarios con un fuerte rechazo hacia la modernidad. En Venezuela, lo que Chávez destaca es la lucha constante contra el imperialismo. Para nuestros vecinos brasileños,el futuro es algo que les pertenece. Pero en nuestro caso, tenemos una mirada bastante crítica del primer centenario, con ideas de democracia limitada desde aquel Caseros de 1852 hasta 1910. La Argentina de hoy está enfrentada con su pasado, porque se valora lo que hace la Argentina actual y no lo anterior.

Yendo atrás en el tiempo, la densidad de la cultura y la población (débil y poca) hizo fácil la entrada de los españoles y la oportunidad de la colonización. A pesar de que leimos en la escuela sobre las guerras independentistas, en aquélla época reinaron muchísimo más las guerras étnicas (entre indios y españoles) y civiles más que por la causa de la independencia.
El contrabando y los movimientos revolucionarios fueron desembocando poco a poco en movimientos independentistas (valga la redundancia).
Hubo muchos viajeros visitaron América, describiendo sus tierras. Uno de ellos es Alejandro de Humboldt, quien dijo que México era el país de la desigualdad. Pero éste concepto no sólo se aplica al país en cuestión, sino que ahora se extendió englobando a toda América Latina. No nos olvidemos de los textos del viajero Félix de Azara, quien fue amigo de Belgrano pero también leído por Vieytes, porque sus textos sobre el continente americano daban ayudas sobre cómo mejorar las cosas de la economía agrícola del momento.
Belgrano, cuando llegó a los 16 años a Europa, se emocionó al leer tantos autores europeos y en todas partes veía tiranos y opresión, pero también empieza a vislumbrar las formas de libertad para su país.
¿Cuáles fueron los resultados de la lucha? Publicaciones de revistas revolucionarias, como la revista de agricultura, entre otras, van propagando por el país ideas sobre el reformismo.
Los lectores de Montesquieu y Rousseau pensaban en el sufrago y comercio libre, en la libre expresión y pensamiento. Podemos ver mucho optimismo porque pensaban que sería tarea fácil, pero dede luego que no fue así.

La era de 1810 presenta mucha confusión y levantamientos populares. Bolívar, por ejemplo, creía que el único bien que se había logrado a csta de otros era la independencia, pero como los pueblos originarios habían sido contenidos (en cierta forma) por el colonialismo europeo, una vez libres se encontraban muy dispersos y desconfiados. Lo mismo le pasó a José de San Martín con Perú, porque decidió dejar que el país peruano se organizara por su mismo a pesar de que la libertad ya había sido obtenida.

La Argentina de 1910 pensaba que el sistema político debía mejorarse. Los sectores más recalcitantes estaban bastante cómodos porque las decisiones de hacía dónde se podía llegar a dirigir el país descansaban en sus manos.
Algo curioso, es que a pesar de la caída en gobiernos autoritarios, siempre estuvo presente la idea de la Constitución, lo cual hizo que dichos períodos se acortaran.

En éste Bicentenario, seguimos encontrando desigualdad, clientelismo, populismo y demás. Encontramos también una Argentina que vacila en cuanto a su posición en el mundo, porque mantenemos amistades con dictaduras pero también con países que están en contra del uso de la energia nuclear. Pero si hay algo en lo que se concuerda, es que la gente de aquella época tomaban decisiónes basadas en terrenos inciertos, salvo algunos que trazaron trayectorias claras y que las siguieron hasta el fin.

[respecto de la charla de María Sáenz Quesada, la de Frigerio, quedará para mañana.]

miércoles, 21 de julio de 2010

Memorias de la España de 1920


Doña María Efigenia López Quiroga es mi abuela. Ella nació en Cantorcia, en 1920. A los 19 años contrajo matrimonio con Don Darío López Rodríguez, quién nació en Savane en 1912. Ambos oriundos de Galicia. Doña Efigenia hoy tiene 90 años, y con mucha facilidad para recordar, me contó cómo era la vida en la España de principios de siglo y la Argentina de 1949. En la foto, mi abuelo de jóven.

¿Cómo era la vida en España?
La vida de España era fundamentalmente trabajar la tierra, tener animales, y sacarlos a pastorear. Teníamos ovejas…y chanchos que después comíamos .Las gallinas ponían los huevos. Sembrábamos centeno, maíz, o garbanzos. En el invierno, no había calefacción. Entonces, la única forma de mantener el calor era colocando a los animales en los pisos de abajo de las casas. Con las vacas, por ejemplo, cuando estaban más gordas iban al mercado y las vendían. Había que sacar plata de algún lado.

¿Cuántos hermanos eran?
Éramos ocho hermanos.

¿Y los del abuelo cuántos eran? Creo que eran como 13…Los hermanos del abuelo eran 9. Habían tenido 13 hijos, pero algunos murieron de chiquititos.

¿Y tus papás que hacían?
Todos trabajábamos en el campo, hasta que fueron más grandes. Algunos de mis hermanos se fueron para Barcelona, otros vinieron para Buenos Aires, otros para Madrid… y así se fueron desparramando todos.

¿Y quién quedaban los últimos entonces?
Allá el mayor era el beneficiado. El mayor es el que tiene que quedar en la casa, y los otros tienen que salir a buscarse la vida. Vos ahora estás en tú casa y tu hermano trabajando… allá sería al revés!.

¿Estaba muy lejos la ciudad?
Las ciudades más grandes eran Madrid y Barcelona. Después hay otros pueblitos: Santiago, Lugo, Asturias. Cuando necesitábamos algo íbamos caminando de un pueblo al otro… un poco caminando y otro poco arriba del burro, caballo, lo que sea. Éso los que nos quedábamos… el que se iba, se iba para siempre.

¿Tenían vecinos ahí?
Eran 7 casas. En algunas no había nadie. En otras había dos o tres. Nosotros éramos ocho hermanos, 2 hombres y seis mujeres.

¿Y la escuela?
Íbamos un mes o un poco más por año. Después ya no íbamos más porque había que trabajar. Aprendíamos a leer, a escribir, sumar y restar, pero apenas.

¿Algunos de tus hermanos fue a la guerra?
Sí, fueron los dos. Fueron y volvieron, gracias a Dios. Lo que si, ya no me acuerdo porqué hicieron la guerra. Seguro para matar a los pobres… (se rie). Mis hermanos tuvieron suerte: hay quienes van al frente y quienes quedan en retaguardia. Pero ellos gracias a Dios volvieron…lo malo es el que no vuelve. Un hermano de tu abuelo no volvió.

¿Y el abuelo qué hizo en la guera?
Tu abuelo se escapó, pero al final lo andaban buscando y antes de que lo encontraran, se presentó (se ríe). Él al frente no fue. Ah, ¿sabés lo que hacía? Llevaba a los caballos a tomar agua!. La madre tenía un amigo, y fue y le dijo que lo llevara a Lugo. Y hablo con un superior y él se lo presentó a otra persona, entonces así se salvó de ir a la guerra, pero no se salvó de llevar a los caballos!. Y una vez que los llevaba a tomar agua, encontró un vecino, pero no le dijo ni una palabra: pasó disimulado con el caballo sin decir ni mu. Porque sino lo podían descubrir y meterlo adentro. Me acuerdo de bastantes cosas, ¿viste?.

¿Y cómo lo conociste al abuelo entonces?
Allá hay que ir a los prados a segar hierba y traerla para la casa. Empezaba el verano, y había unos parientes de él que vivían cerca de mi casa, y había que segar con un fouzo, (una herramienta para segar avena, trigo, etc.) Y esa gente lo vino a buscar a mi casa. Pero después yo lo fui a buscar porque lo necesitaba segar la hierba. Y ahí estaba tu abuelo, pero yo no lo conocía. Y su hermana, Manuela, me dice “¿Y no lo conoces a ése?” A lo que le respondí que no, que no lo conocía. Y ella entonces me dice: “Es Darío de Gamalleiro” (nombre de la casa de abuelo)…

¿Y no te pusiste colorada?
No me puse ni colorada, ni blanca, ni verde (se ríe), entonces me fui a segar la hierba con el fouzo. Estaba yo segando en el prado y cuando me doy vuelta lo veo ahí abajo. Yo seguí segando. Luego até la hierba y me fui para casa. Al otro día había una feria en la puebla y yo iba caminando y al rato me lo veo al lado. Me empezó a hablar, y de ahí no me soltó ni lo solté más (se ríe).
Nos casamos por el registro civil y después por la Iglesia.Yo tenía 19 años y el 27.

¿Cómo fue que vinieron para Argentina?
Porque allá después de la guerra no había ni trabajo ni nada, estaba todo muerto. Y a mí me reclamaron de acá, porque si te reclaman podías venir, sino no. No sé muy bien cómo explicarte. El padre de Mirta (una tía mía) nos dijo de venir. Entonces compramos los boletos… obviamente, sólo de ida.
Y cuando llegaron a Argentina, ¿con qué se encontraron?
Vinimos en barco y tardamos como quince o veinte días. Viajamos con toda la gente que venía para Argentina o para Uruguay, pero todos veníamos a buscar trabajo.

¿Apenas llegaron qué hicieron?
Nos trajeron para la casa de una hermana del abuelo, Pacita, y estuvimos un tiempo, porque no podíamos quedarnos ahí para toda la vida. Después, en Avellaneda había un conventillo. Y nos dieron un ahí para vivir. Estuvimos ahí un tiempo largo. Como era de madera, un día, se prendió fuego… y se quemó. En ese conventillo había muchas piezas: era una para cada familia. Nosotros éramos tres nada más, pero había familias mucho más numerosas. Sin embargo, seguimos un tiempo en Avellaneda porque alquilamos una casita en un barrio que, la verdad, no era muy lindo. Nos terminamos yendo a lo de Pacita de nuevo, y justo vimos que la casa de enfrente (donde vive actualmente) se vendía. Luchando y luchando, la compramos. Pero era muy distinta a como está ahora. Estaba fea y así nomás la casa, y con el tiempo la fuimos poniendo más linda.

¿El abuelo de qué trabajaba?
En el centro hay gente que se contrata para limpiar los edificios, oficinas, cosas así. Y él dice “voy a ver si consigo algo así”. Y bueno, lo tomaron. Limpiaban las oficinas, etcétera. Fue ahorrando y ahorrando y ahí es cuando compramos la casa.

¿Y vos de qué trabajabas?
Yo hacía pantalones. Él siguió trabajando en eso. Una vecina nos dijo: “¿porque no edifican ahí adelante y les alquilamos?” me dijo así porque ellos querían poner un negocio, entonces aceptamos… de algo hay que vivir, ¿no?

¿Te arrepentís de haber dejado tus tierras?
Al principio nos costó. Pasar del campo a la ciudad no es fácil. Porque nosotros sólo sabíamos trabajar la tierra, criar y cuidar a los animales, segar y juntar la hierba, y mantenernos en familia. Y aquí tuvimos que aprender un oficio totalmente distinto, y tuvimos que estar solos, sin nuestra familia. Pero no, no me arrepiento para nada de haber venido. Si uno se lo propone, puede adaptarse a cualquier medio.

miércoles, 14 de julio de 2010

La Oscuridad


En el taller literario seguimos con las consignas de terror, así que aquí les va otra producción.


La Oscuridad


La noche tenía sombras increíbles. El negro profundo del cielo cubría la ciudad enteramente. En cada rincón los habitantes de la noche acechaban… o al menos eso creía sentir. La zona del obelisco, que siempre había sido la más iluminada de Buenos Aires, estaba bajo la total oscuridad. Mi cuerpo estaba sumido en un terrible miedo, de esos en los que el menor ruido o movimiento resultan tan perturbadores. Por unos instante no escuché más que mi corazón latir desaforadamente, pensé que iba a desvanecerme en cualquier momento.

Seguí caminando por las calles de la ciudad desierta. Nada. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Dónde estaba la gente? Grité a ver si alguien podía oírme, pero sólo obtuve la respuesta de mi propio eco. Llegué a Córdoba y Callao corriendo desesperadamente. Los locales de comida rápida tenían las luces encendidas, pero sin embargo, no había nadie dentro. Mientras estaba llegando a la próxima cuadra, juré haber visto pasar fugazmente un auto, pero, quién sabe, la mente en éste tipo de situaciones no es tu mejor aliado. Ahora es cuando maldigo haber salido de mi casa, debería haberme quedado ahí en primer lugar, y en segundo, maldigo mi curiosidad, la cual podría llevarme al ataque cardíaco en cualquier momento.

Dios santo, las cuadras no se terminan más. Llegué hasta Rodríguez Peña y Juncal, en dónde el único ruido que quebrantó el silencio fue el de la fuente. Me dispuse a sentarme en la vereda para descansar mis agotadas piernas, y al cerrar los ojos el tiempo pareció desvanecerse. No sé cuánto tiempo estuve así, pero al despertar, me contuve de emitir un grito de horror al ver alguien parado delante de mí.

- No debería estar acá- dijo el hombre uniformado, quién a pesar de querer mantener la calma, estaba tan asustado como yo.
- No sé ni cómo llegué, pero ¿qué está pasando?
- Algo arrasó con la ciudad. No se sabe con exactitud qué es, pero acompáñeme y mis compañeros le podrán detallar la situación mejor que yo.- Sentenció.

La caminata hasta la central de policía me pareció larga, y en el trayecto vimos a la distancia una sombra merodear por la zona. A lo cual, mi acompañante me urgió que nos escondamos. Cuando la vimos pasar delante de nosotros la sombra se dirigía hacia la avenida Santa Fe emitiendo un lamento que se volvía a perder en el silencio de la noche.

Llegamos a la central. Subí las escaleras desesperado y cuando entré tropecé con algo, al tiempo que el policía prendió la luz. Cuando me incorporé pude ver la carnicería humana: había charcos de sangre, un torso de un policía y a otro que le faltaban las tripas estaba amarrado a una silla. Con los ojos desorbitados miré a mi acompañante, quien se encontraba tan asombrado como yo.
- Dios mío, se llevó también a mis compañeros. Tenemos que huir ya mismo. Tengo el coche en la esquina, y en la zona oeste todavía quedan refuerzos.
Me tomó del brazo, bajamos las escaleras y salimos a la oscuridad.
A lo lejos, se escuchó un grito.

miércoles, 7 de julio de 2010

Al calor del sol.


[Un cuento de terror, escrito ayer a altas horas de la noche]


Fue uno de los veranos más calurosos de California que ella pudiera recordar. Ahí estaba Norah, sola nuevamente, tendida en su cama en ropa interior y con el torso desnudo. Miró el reloj: las 5 pm. Faltaban apenas 3 horas para ir a trabajar. No podía recordar exactamente cuántas horas había dormido, pero le habían parecido días. Su cuerpo goteaba de sudor, y pedía agua a gritos. Se incorporó lentamente de la cama, sacando fuerzas de donde le quedaban, y mientras se ponía de pie, un ligero mareo se apoderó de ella que le obligó a apoyarse sobre el mueble más cercano para evitar caerse. Abrió la ventana y los rayos del imponente sol de Mayo se filtraron en su habitación. “Dios mío… qué calor, y todavía no estamos en pleno verano” dijo, seguido de un largo suspiro. Oprimió el botón del ventilador, pero las aspas no se movieron: el servicio eléctrico se había cortado por segunda vez consecutiva en la semana.

Salió de la habitación y se dirigió a la cocina. Se sirvió un fuerte café para despertarse. Apoyada en la mesada, en una mano tenía la taza y en la otra un bizcocho azucarado de esos que tanto le gustaban. Dejó la taza sin lavar en la pileta y fue corriendo a darse un baño. Se relajó en la bañera un rato largo: parecía mentira, pero eran sus momentos de mayor reflexión…y el lugar para refugiarse del agobiante calor.

Su última relación había terminado hace tres meses. Todo había comenzado como un simple coqueteo en su anterior trabajo, tornándose una relación formal con el paso del tiempo, pero que terminó por disolverse un día en que ella encontró una nota que anunciaba la partida de su cónyuge sin posible retorno.
Norah no quiso reflexionar más sobre el tema porque seguía sin encontrarle explicación. Salió de la bañera, tomó la toalla y se secó. Una vez lista, se dirigió a su caluroso cuarto para vestirse e ir a trabajar. Llevaba dos meses trabajando en el café de la calle Berkeley. A excepción de los domingos, todos los días cubría el turno de la noche. Los clientes eran generalmente las enfermeras del hospital de enfrente y chóferes de camiones, quienes paraban para tomar café antes de seguir su viaje quién sabe dónde.

Las 7:45 pm. Una vez lista, salió rápidamente de su departamento y se dirigió al trabajo. Hasta pasadas las 10, todo marchó debidamente. Un hombre con un aspecto bastante repulsivo entró en el local. Sin hacer contacto visual con ella, pidió un capuchino y un sándwich. Pagó y se sentó en las mesas del fondo. Mientras Norah leía el diario, de vez en cuando miraba a aquel hombre tan extraño. Hasta que, de un momento a otro, desapareció. Se quedó intranquila, pero no le dio más importancia.
Al finalizar su turno a las 4 am vio al mismo cliente merodear por la zona, como si estuviera esperando a alguien. Siguió caminando algo atenta.

Durante los días siguientes, el mismo cliente se presentaba con el mismo aspecto a la misma hora… pidiendo siempre lo mismo, y pasada la media hora, desaparecía.
Fue la noche del miércoles no lo vio.”Bueno, se habrá tomado un descanso” pensó, ingenua. Ese día, su jefe la dejó marcharse una hora antes. Al llegar a casa, se desvistió y se metió en la cama. Dormía profundamente hasta que sintió un olor putrefacto en la habitación, seguido de una respiración ronca. Prendió rápidamente la luz, y se encontró con aquel hombre. ¿Cómo fue que había logrado escabullirse en su departamento? Y en ese caso, ¿la había estado siguiendo todos estos días?. Sus ojos no brillaban y la miraban fijamente. En su rostro arrugado faltaban trozos de piel, dejando a la vista una piel joven y tersa. Su mano sostenía algo brillante y afilado. Sin embargo, sintió una especie de alivio, porque ya no había ningún lugar a dónde huir. Era lo que ella había estado buscando... No dudó un segundo, y lentamente se incorporó de la cama y lo enfrentó. “Ya es hora, ¿no crees? Quítate tu vieja piel, tu vieja vida, y da lugar a una nueva” le espetó. El intruso le alcanzó el bisturí, y ella sin titubear, estiró su brazo e hizo la primera incisión.