martes, 20 de abril de 2010

"A cuántos hay que matar"


[Éste reciente escrito, es la continuación de uno de los fragmentos del libro de Reynaldo Sietecase "A Cuántos Hay Que Matar". Mi producción arranca desde que el momento en que el Señor Bauer se reúne con el contratado asesino, el cual dice "que debe saber cuánto pesan las sandías si es que él va a ser el encargado de meterlas en el cajón". Hasta ahí lo real... de ahora en más, lo ficticio.
Espero lo disfruten]



El señor Bauer se quedó pensando en aquella última frase. “Cuánto pesan las sandías” repetía para sus adentros. Y al fin cayó en la cuenta de que esas personas que una vez fueron importantes para él, ahora son tan insignificantes como una sandía.
En cierta forma, le gustaba este juego perverso de sentirse Dios por un día. Pero en cierta forma, algo de compasión por esa gente tenía.

¿Qué fue lo que lo llevó a tomar esa decisión? Todo se remontaba a una tarde soleada del mes de diciembre, precisamente dos días antes de la llegada del verano. El señor Bauer se levantó a la hora de siempre, besó a su esposa en la mejilla, desayunó y se fue al trabajo. Manejó por la misma autopista con el mismo coche. Todo indicaba que era un día común y corriente. El trabajo era el mismo: formularios y formularios que los empleados de alto rango como él deben completar y despachar, hasta que el reloj diera doce campanadas indicando el receso para el almuerzo. Era su hora preferida. Una hora para pensar en absolutamente nada, distenderse, y así estar listo para sumergirse en la próxima pila de formularios, papeles, cheques, tareas, etcétera que lo esperaban apenas pisara nuevamente su oficina.

Por unos momentos, perdía la concentración en su trabajo. Pensamientos confusos se le asomaban a la mente, que el ahuyentaba sumergiéndose nuevamente en el siguiente formulario. Decidió llamar a su esposa, a ver si estaba todo en orden. No hubo respuesta. Espero media hora e intentó nuevamente. Nada. “La tercera es la vencida” dijo para sus adentros y marcó de nuevo. Una vocecita familiar atendió y esbozó el “Hola”. Era ella. Estaba a salvo. “No, nada querida, quería saber si estaba todo en orden”, “Juan, dios mío, casi nunca llamás a casa. Pensé que había pasado algo” Hablando de otras superficialidades, se despidió y cortó la comunicación algo intranquilo. “Algo no está bien; hay algo fuera de lugar” A las 16:00, una hora antes de lo habitual, se fue para su casa. Tomó un atajo para evitar la hora más pesada del tránsito.

Llegó a su casa. Persianas bajas tal cual las había dejado a la mañana. Abre la puerta y ve la misma silla junto al mismo teléfono. Cruza el pasillo. No hay nada diferente… pero sin embargo, sí lo hay. Estaba todo en orden a excepción de un abrigo de hombre que a él no le pertenecía. Los ruidos y gemidos provenientes de la habitación matrimonial le fueron suficientes para imaginarse el cuadro. ¿Cómo miraría a su esposa de ahora en más? De sólo pensarlo le daban naúseas. Así fue cuando salió de su casa rápido y contrató a este hombre de traje negro sentado delante de él.

- Son dos sandías…- musitó Bauer.
- ¿Cómo? No entendí.
- Dos sandías- Espetó y lo miró decididamente- Pero lo vamos a hacer a mi manera.

A la noche, le costó conciliar el sueño.

Al día siguiente se levantó y realizó su rutina escondiendo sus nervios lo mejor posible. Pidió permiso a su superior para retirarse una hora antes, dando la excusa de que había “serios problemas con la salud de su esposa”. Llegó a la esquina de su casa, y sentado en el banco estaba el hombre de traje negro. Bauer le pidió que le entregara el arma: él mismo quería llevar a cabo el homicidio. Entraron los dos en la casa y se dirigieron al cuarto, en dónde se escuchaba a los dos amantes hablar y reir. Los dos irrumpieron en la habitación, sobresaltando a sus ocupantes.

Era conciente de que era la última vez que la vería. Miles de imágenes cruzaron por su cabeza en un segundo, desde el día que la conoció hasta el día de hoy, y aún así, nada de eso fue suficiente para evitar que apretara el gatillo y efectuara el primer disparo.



[¡Muchas Gracias!]

miércoles, 14 de abril de 2010

Feels like a new begining

Un texto escrito hace bastante. Me acuerdo como si lo hubiera escrito ayer, y sin embargo, muchas cosas cambiaron.

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Aproximadamente doscientos años atrás, un hombre compartió con el mundo el secreto de su éxito: “Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Se trata, nada más ni nada menos que de Benjamin Franklin: el hombre que descubrió la electricidad, o uno de los tantos presidentes que tuvo Estados Unidos. Cualquiera de nosotros habrá pensando más de una vez que hubiera sido mejor hacerle caso. Sinceramente no sé porque postergamos las cosas… o directamente, no las hacemos. Pero si tengo que adivinar, creo que tiene que ver mucho con el miedo. Miedo a fracasar, miedo al dolor, miedo al rechazo. O quizás el miedo sea solamente tomar una decisión… pero, ¿y si nos equivocamos y cometemos un error que cueste mucho reparar?.
No podemos pretender que nunca nos dijeron nada. Todos, en algún momento de nuestra vida, escuchamos a los filósofos; a nuestros abuelos advirtiéndonos acerca del tiempo perdido; o leído infinidades de poemas sobre las mil y una formas de aprovechar el día… de todas formas, tenemos que hacer nuestra propia experiencia y chocar contra la pared cuantas veces sea necesario.
Tenemos que equivocarnos (‘errar es humano’), aprender nuestras propias lecciones, y así entender lo que quiso decir Benjamin Franklin: Saber, es mejor que preguntarse. Despertar, es mejor que dormir… y la lista sigue.
Y para terminar, creo que el peor de los errores, o el más grande de los fracasos, es mucho mejor que nunca haberlo intentado.

Noviembre de 2009

miércoles, 7 de abril de 2010

Un día en la vida de...


Aclaración importante: Ya quisiera haberme entrevistado con él, pero algún día lo haré! Y ahi sí será publicado como una autentica entrevista.




Segundo, esto que van a leer ahora, es una asignatura de una materia que estoy cursando en la facultad. La consigna era escribir "un día en el diario íntimo de un famoso". Muchas celebridades se me ocurrieron (Ellen Pompeo, Katherine Heigl, Melissa George), pero el 99,9% de mi clase era probable que no los conocieran... así que opté por un gran profesional. Consigna importante: no se podía decir explicitamente en el texto sobre quién trataba... asi que, si ustedes aciertan, habré hecho bien mi trabajo.




6 de septiembre de 2007

Querido Diario:


Como ya habrás podido anticipar, hoy fue mi cumpleaños. Cumplí nada más ni nada menos que 43 años. No sé porqué, pero debo admitir que la cifra me asusta un poco: la década de los treinta va pareciendo cada vez más lejana.
En casa es tradición agasajar con un brindis de medianoche al cumpleañero. Así que, descorchado el champagne, tuve el privilegio de oír decir a mis hijos y mi mujer, mediante una carta, cuánto me amaban y me acompañarían en este nuevo año que comenzaba para mí.
Después de una pequeña sobremesa, acosté a mis dos hijos junto a sus peluches preferidos y me dirigí a mi habitación. Con una sonrisa dibujada en mi rostro, me acosté junto a mi mujer, y le di las gracias por acompañarme siempre en todo.
Ya arrancado el día, toda mi parentela –hermanos, sobrinos y primos- no dudaron en venir a visitarme y quedarse para compartir un ameno almuerzo. ¡Hasta mi hermano mandó a poner un pasacalle! Decía “¡Sergio querido, el pueblo está contigo! Feliz cuadragésimo tercer cumpleaños”. Me deschavó delante de medio Banfield, pero fue un ocurrente gesto de su parte.
Alrededor de las seis de la tarde, me presenté al programa como de costumbre. La rutina quedó atrás cuando no encontré a nadie en el estudio, excepto a los de maestranza y la gente de cámaras. Cuando pregunto en recepción porqué el noventa por ciento de mis compañeros no se presentó a trabajar, me explicaron que había fallecido el pariente de un colega, y que todos habían ido al velorio. Aunque alarmado por la noticia, traté de disimular mi desconfianza con la respuesta obtenida. Sin más remedio, enfilé al estudio para comenzar el programa. Apenas prendo las luces, todas las caras conocidas estaban en la habitación…y seguido del unísono “¡Feliz cumpleaños!” las risas inundaron el estudio. Mi cara y ánimo cambiaron súbitamente: todos mis colegas se acercaron a saludarme en mi día. Había una gran torta decorada que fue preparada por las chicas de producción, y también muchos presentes.
A pesar de todos los que estaban, hubo una gran ausencia: mí querido amigo y colega Mario Mazzone no estuvo presente en el día de hoy. En el brindis fue recordado tanto por mi como por la producción del programa, reavivándolo en nuestra memoria como un gran amigo y un respetado profesional.
Una vez arrancado el programa, tuve el privilegio de cubrir gran parte de las noticias (pequeño gran presente que se le hace a los cumpleañeros).Y una vez terminado, me dirigí a casa a cenar con mi familia. Mi mujer junto con mi hija me prepararon mi plato preferido: ñoquis con salsa de champignones (sí, podría haber sido sushi o salmón ahumado, pero soy un tipo sencillo).
Resumiendo, hoy estuvo espectacular. Ahora voy a acostarme y recordarle a mi mujer cuánto la quiero y lo importante que es para mí. Mañana… será otro día.



Sergio L.

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Gracias por leer!

Será entonces, hasta la próxima producción.