domingo, 26 de diciembre de 2010

A change is gonna come


¿Porqué a veces cuesta tanto?

domingo, 12 de diciembre de 2010

Rain.


En la era de la instantaneidad y del no-pensar, a veces creo que los días de lluvia son el último recurso que queda para la instrospección.
i bueno ni malo.

jueves, 21 de octubre de 2010

.


Las miserias del presente.

Fotografía: Rodrigo Abd

viernes, 1 de octubre de 2010

Doña Margarita


En el lejano y olvidado pueblo de González Chávez vive doña Margarita, una mujer de noventa y tantos años. Una mujer que en sus épocas de gloria fue la reina de los bailes de primavera y que ahora se convirtió en una mujer algo solitaria.
Suele levantarse sin problemas muy temprano y, mientras el resto del mundo sigue durmiendo, ella sale a su jardín a respirar el aire fresco.
Las cosas de siempre a la hora de siempre. Desayuna liviano, lava algún que otro plato que ha quedado de la noche anterior y así es como el orden vuelve a instalarse en su casa nuevamente.
A media mañana se viste (siempre con cuidado) y va al centro del pueblo a hacer los mandados. A esta altura de su vida conoce ya a todos los vecinos y todos los chismes del barrio.
Su casa es un tanto particular. Hay un jardín delantero con muchas flores y un jardín trasero con muchos árboles y plantas de todo tipo. Ella suele decir que, como afirma aquel proverbio japonés, los jardines son como el alma: que hay que cuidarlos en todas las estaciones. Sólo tiene una mascota, un pequeño gato negro con el pecho y las patas blancas, quien adoptó con los años una postura bastante guardiana si se lo compara con otros felinos de su edad. Doña Margarita prefiere tener su casa tranquila, armoniosa. Si puede, a veces, cambia algunas cosas para que no sea todo tan monótono y aburrido. Pero curiosamente lo único que conserva siempre en su lugar son dos objetos: el primero es un retrato de su esposo con el uniforme del ejército en una pequeña mesa ratona y el segundo es su dorado anillo nupcial en el dedo anular. Nadie sabe porque lo conserva desde hace ya tantos años. Pero hasta donde yo recuerdo por comentarios de una tía mía muy amiga de ella, su esposo fue a la guerra pero nunca regresó; no supo más nada de él hasta años más tarde en que se enteró de que había muerto lejos del campo de batalla porque había intentado huir en pleno combate. A pesar de esas escasas referencias, un día que iba caminando para el centro del pueblo la crucé en la puerta de su casa y antes de que pudiera darme cuenta, ya había formulado el interrogante. Doña Margarita rió y luego miró su anillo.
“Es algo que nunca quise que cambiara.” –me dijo- “A mi marido lo recuerdo todos los días. Mientras él estuvo en la guerra le escribí muchas cartas. Sin embargo nunca obtuve una respuesta, pero yo seguía escribiendo porque estaba segura de que él las recibía. A veces escribía todos los días pero llegó un punto en que no sabía que más decir. Pero veinte años más tarde, un teniente tocó mi puerta, me dio la mala noticia y me dejó un gran bolso con las dos mil cartas que yo le había escrito, y estaban todas ordenadas por fecha y sin abrir”. Pude atisbar una gran nostalgia en la mirada de doña Margarita mientras me contaba lo sucedido. “Mi anillo es el que siempre tuve, y de alguna forma nunca me despedí de mi marido, entonces lo sigo teniendo. Y la foto, bueno, es para ayudarme a recordarlo mejor, porque aunque uno no quiera admitirlo, la vejez trae consigo algunos huecos en la memoria”.
Luego de nuestra charla, doña Margarita no abandonó sus buenas costumbres. Y en los meses posteriores, plantó las flores más lindas que yo creí haber visto, convirtiendo así su jardín en uno de los más hermosos del pueblo. Sin embargo, sus últimos días doña Margarita se sentaba delante del ventanal de su casa a mirar. ¿En qué pensaría? No puedo decirlo con certeza, pero creo que recorrería uno por uno los años en que fue feliz junto a su esposo.

martes, 14 de septiembre de 2010

Muerte Constante Más Allá Del Amor.


Un cuento de Gabriel García Márquez (1970)


Al senador Onésimo Sánchez le faltaban seis meses y once días para: morirse cuando encontró a la mujer de su vida. La conoció en el Rosal del Virrey, un pueblecito ilusorio que de noche era una dársena furtiva para los buques de altura de los contrabandistas, y en cambio a pleno sol parecía el recodo más inútil del desierto, frente a un mar árido y sin rumbos, y tan apartado de todo que nadie hubiera sospechado que allí viviera alguien capaz de torcer el destino de nadie. Hasta su nombre parecía una burla, pues la única rosa que se vio en aquel pueblo la llevó el propio senador Onésimo Sánchez la misma tarde en que conoció a Laura Farina.
Fue una escala ineludible en la campaña electoral de cada cuatro años. Por la mañana habían llegado los furgones de la farándula. Después llegaron los camiones con los indios de alquiler que llevaban por los pueblos para completar las multitudes de los actos públicos. Poco antes de las once, con la música y los cohetes y los camperos de la comitiva, llegó el automóvil ministerial del color del refresco de fresa. El senador Onésimo Sánchez estaba plácido y sin tiempo dentro del coche refrigerado, pero tan pronto como abrió la puerta lo estremeció un aliento de fuego y su camisa de seda natural quedó empapada de una sopa lívida, y se sintió muchos años más viejo y más solo que nunca. En la vida real acababa de cumplir 42, se había graduado con honores de ingeniero metalúrgico en Gotinga, y era un lector perseverante aunque sin mucha fortuna de los clásicos latinos mal traducidos. Estaba casado con una alemana radiante con quien tenía cinco hijos, y todos eran felices en su casa, y él había sido el más feliz de todos hasta que le anunciaron, tres meses antes, que estaría muerto para siempre en la próxima Navidad.
Mientras se terminaban los preparativos de la manifestación pública, el senador logró quedarse solo una hora en la casa que le habían reservado para descansar, Antes de acostarse puso en el agua de beber una rosa natural que había conservado viva a través del desierto, almorzó con los cereales de régimen que llevaba consigo para eludir las repetidas fritangas de chivo que le esperaban en el resto del día, y se tomó varias píldoras analgésicas antes de la hora prevista, de modo que el alivio le llegara primero que el dolor. Luego puso el ventilador eléctrico muy cerca del chinchorro y se tendió desnudo durante quince minutos en la penumbra de la rosa, haciendo un grande esfuerzo de distracción mental para no pensar en la muerte mientras dormitaba. Aparte de los médicos, nadie sabía que estaba sentenciado a un término fijo, pues había decidido padecer a solas su secreto, sin ningún cambio de vida, y no por soberbia sino por pudor.
Se sentía con un dominio completo de su albedrío cuando volvió a aparecer en público a las tres de la tarde, reposado y limpio, con un pantalón de lino crudo y una camisa de flores pintadas, y con el alma entretenida por las píldoras para el dolor. Sin embargo, la erosión de la muerte era mucho más pérfida de lo que él suponía, pues al subir a la tribuna sintió un raro desprecio por quienes se disputaron la suerte de estrecharle la mano, y no se compadeció como en otros tiempos de las recuas de indios descalzos que apenas si podían resistir las brasas de caliche de la placita estéril. Acalló los aplausos con una orden de la mano, casi con rabia, y empezó a hablar sin gestos, con los ojos fijos en el mar que suspiraba de calor. Su voz pausada y honda tenía la calidad del agua en reposo, pero el discurso aprendido de memoria tantas veces machacado no se le había ocurrido por decir la verdad sino por oposición a una sentencia fatalista del libro cuarto de los recuerdos de Marco Aurelio.
—Estamos aquí para derrotar a la naturaleza —empezó, contra todas sus convicciones—. Ya no seremos más los expósitos de la patria, los huérfanos de Dios en el reino de la sed y la intemperie, los exilados en nuestra propia tierra. Seremos otros, señoras señores, seremos grandes y felices.
Eran las fórmulas de su circo. Mientras hablaba, sus ayudantes echaban al aire puñados de pajaritos de papel, y los falsos animales cobraban vida, revoloteaban sobre la tribuna de tablas y se iban por el mar. Al mismo tiempo, otros sacaban de los furgones unos árboles de teatro con hojas de fieltro y los sembraban a espaldas de la multitud en el suelo de salitre. Por último armaron una fachada de cartón con casas fingidas de ladrillos rojos y ventanas de y taparon con ella los ranchos miserables de la vida real.
El senador prolongó el discurso, con dos citas en latín, para darle tiempo a la farsa. Prometió las máquinas de llover, los criaderos portátiles de animales de mesa, los aceites de la felicidad que harían crecer legumbres en el caliche y colgajos de trinitarias en las ventanas. Cuando vio que su mundo de ficción estaba terminado, lo señaló con el dedo.
—Así seremos, señoras y señores —gritó—. Miren. Así seremos.
El público se volvió. Un trasatlántico de papel pintado pasaba por detrás de las casas, y era más alto que las casas más altas de la ciudad de artificio. Sólo el propio senador observó que a fuerza de ser armado y desarmado, y traído de un lugar para el otro, —también el pueblo de cartón superpuesto estaba carcomido por la intemperie, y era casi tan pobre y polvoriento y triste como el Rosal del Virrey.
Nelson Farina no fue a saludar al senador por primera vez en doce años. Escuchó el discurso desde su hamaca, entre los retazos de la siesta, bajo la enramada fresca de una casa de tablas sin cepillar que se había construido con las mismas manos de boticario con que descuartizó a su primera mujer. Se había fugado del penal de Cayena y apareció en el Rosal del Virrey en un buque cargado de guacamayas inocentes, con una negra hermosa y blasfema que se encontró en Paramaribo, y con quien tuvo una hija. La mujer murió de muerte natural poco tiempo después, y no tuvo la suerte de la otra cuyos pedazos sustentaron su propio huerto de coliflores, sino que la enterraron entera y con su nombre de holandesa en el cementerio local. La hija había heredado su color y sus tamaños, y los ojos amarillos y atónitos del padre, y éste tenía razones para suponer que estaba criando a la mujer más bella del mundo.
Desde que conoció al senador Onésimo Sánchez en la primera campaña electoral, Nelson Farina había suplicado su ayuda para obtener una falsa cédula de identidad que lo pusiera a salvo de la justicia. El senador, amable pero firme, se la había negado. Nelson Farina no se rindió durante varios años, y cada vez que encontró una ocasión reiteró la solicitud con un recurso distinto. Pero siempre recibió la misma respuesta. De modo que aquella vez se quedó en el chinchorro, condenado a pudrirse vivo en aquella ardiente guarida de bucaneros. Cuando oyó los aplausos finales estiró la cabeza, y por encima de las estacas del cercado vio el revés de la farsa: los puntales de los edificios, las armazones de los árboles, los ilusionistas escondidos que empujaban el trasatlántico. Escupió su rencor.
—Merde —dijo— c'est le Blacaman de la politique.
Después del discurso, como de costumbre, el senador hizo una caminata por las calles del pueblo, entre la música y los cohetes, y asediado por la gente del pueblo que le contaba sus penas. El senador los escuchaba de buen talante, y siempre encontraba una forma de consolar a todos sin hacerles favores difíciles. Una mujer encaramada en el techo de una casa, entre sus seis hijos menores, consiguió hacerse oír por encima de la bulla y los truenos de pólvora.
—Yo no pido mucho, senador —dijo—, no más que un burro para traer agua desde el Pozo del Ahorcado.
El senador se fijó en los seis niños escuálidos.
—¿Qué se hizo tu marido? —preguntó.
—Se fue a buscar destino en la isla de Aruba— contestó la mujer de buen humor—, y lo que se encontró fue una forastera de las que se ponen diamantes en los dientes.
La respuesta provocó un estruendo de carcajadas.
—Está bien —decidió el senador— tendrás tu burro.
Poco después, un ayudante suyo llevó a casa de la mujer un burro de carga, en cuyos lomos habían escrito con pintura eterna una consigna electoral para que nadie olvidara que era un regalo del senador.
En el breve trayecto de la calle hizo otros gestos menores, y además le dio una cucharada a un enfermo que se había hecho sacar la cama a la puerta de la casa para verlo pasar. En la última esquina, por entre las estacas del patio, vio a Nelson Farina en el chinchorro y le pareció ceniciento y mustio, pero lo saludó sin afecto:
—Cómo está.
Nelson Farina se revolvió en el chinchorro y lo dejó ensopado en el ámbar triste de su mirada.
—Moi, vous savez —dijo.
Su hija salió al patio al oír el saludo. Llevaba una bata guajira ordinaria y gastada, y tenía la cabeza guarnecida de moños de colores y la cara pintada para el sol, pero aun en aquel estado de desidia era posible suponer que no había otra más bella en el mundo. El senador se quedó sin aliento.
—¡Carajo —suspiró asombrado— las vainas que se le ocurren a Dios!
Esa noche, Nelson Farina vistió a la hija con sus ropas mejores y se la mandó al senador. Dos guardias armados de rifles, que cabeceaban de calor en la casa prestada, le ordenaron esperar en la única silla del vestíbulo.
El senador estaba en la habitación contigua reunido con los principales del Rosal del Virrey, a quienes había convocado para cantarles las verdades que ocultaba en los discursos. Eran tan parecidos a los que asistían siempre en todos los pueblos del desierto, que el propio senador sentía el hartazgo de la misma sesión todas las noches. Tenía la camisa ensopada en sudor y trataba de secársela sobre el cuerpo con la brisa caliente del ventilador eléctrico que zumbaba como un moscardón en el sopor del cuarto.
—Nosotros, por supuesto, no comemos pajaritos de papel —dijo—. Ustedes y yo sabemos que el día en que haya árboles y flores en este cagadero de chivos, el día en que haya sábalos en vez de gusarapos en los pozos, ese día ni ustedes ni yo tenemos nada que hacer aquí. ¿Voy bien?
Nadie contestó. Mientras hablaba, el senador había arrancado un cromo del calendario y había hecho con las manos una mariposa de papel. La puso en la corriente del ventilador, sin ningún propósito, y la mariposa revoloteó dentro del cuarto y salió después por la puerta entreabierta. El senador siguió hablando con un dominio sustentado en la complicidad de la muerte.
—Entonces —dijo— no tengo que repetirles lo que ya saben de sobra: que mi reelección es mejor negocio para ustedes que para mí, porque yo estoy hasta aquí de aguas podridas y sudor de indios, y en cambio ustedes viven de eso.
Laura Farina vio salir la mariposa de papel. Sólo ella la vio, porque la guardia del vestíbulo se había dormido en los escaños con los fusiles abrazados. Al cabo de varias vueltas la enorme mariposa litografiada se desplegó por completo, se aplastó contra el muro, y se quedó pegada. Laura Farina trató de arrancarla con las uñas. Uno de los guardias, que despertó con los aplausos en la habitación contigua, advirtió su tentativa inútil.
—No se puede arrancar —dijo entre sueños—. Está pintada en la pared.
Laura Farina volvió a sentarse cuando empezaron a salir los hombres de la reunión. El senador permaneció en la puerta del cuarto, con la mano en el picaporte, y sólo descubrió a Laura Farina cuando el vestíbulo quedó desocupado.
—¿Qué haces aquí?
—C'est de la part de mon pére— dijo ella.
El senador comprendió. Escudriñó a la guardia soñolienta, escudriñó luego a Laura Farina cuya belleza inverosímil era más imperiosa que su dolor, y entonces resolvió que la muerte decidiera por él.
—Entra —le dijo.
Laura Farina se quedó maravillada en la puerta de la habitación: miles de billetes de banco flotaban en el aire, aleteando como la mariposa. Pero el senador apagó el ventilador, y los billetes se quedaron sin aire, v se posaron sobre las cosas del cuarto.
—Ya ves —sonrió hasta la mierda vuela.
Laura Farina se sentó como en un taburete de escolar. Tenía la piel lisa y tensa, con el mismo color y la misma densidad solar del petróleo crudo, y sus cabellos eran de crines de potranca y sus ojos inmensos eran más claros que la luz. El senador siguió el hilo de su mirada y encontró al final la rosa percudida por el salitre.
—Es una rosa —dijo.
—Sí —dijo ella con un rastro de perplejidad—, las conocí en Rlohacha.
El senador se sentó en un catre de campaña, hablando de las rosas, mientras se desabotonaba la camisa. Sobre el costado, donde él suponía que estaba el corazón dentro del pecho, tenía el tatuaje corsario de un corazón flechado. Tiró en el suelo la camisa mojada y le pidió a Laura Farina que lo ayudara a quitarse las botas.
Ella se arrodilló frente al catre. El senador la siguió escrutando, pensativo, y mientras le zafaba los cordones se preguntó de cuál dé los dos sería la mala suerte de aquel encuentro.
—Eres una criatura —dijo.
—No crea —dijo ella—. Voy a cumplir 19 en abril.
El senador se interesó.
—Qué día.
—El once —dijo ella.
El senador se sintió mejor. “Somos Aries”, dijo. Y agregó sonriendo:
—Es el signo de la soledad.
Laura Farina no le puso atención pues no sabía qué hacer con las botas. El senador, por su parte, no sabía qué hacer con Laura Farina, porque no estaba acostumbrado a los amores imprevistos, y además era consciente de que aquél tenía origen en la indignidad. Sólo por ganar tiempo para pensar aprisionó a Laura Farina con las rodillas, la abrazó por la cintura y se tendió de espaldas en el catre. Entonces comprendió que ella estaba desnuda debajo del vestido, porque el cuerpo exhaló una fragancia oscura de animal de monte, pero tenía el comzón asustado y la piel aturdida por un sudor glacial.
—Nadie nos quiere —suspiró él.
Laura Farina quiso decir algo, pero el aire sólo le alcanzaba para respirar. La acostó a su lado para ayudarla, apagó la luz, y el aposento quedó en la penumbra de la rosa. Ella se abandonó a la misericordia de su destino. El senador la acarició despacio, la buscó con la mano sin tocarla apenas, pero donde esperaba encontrarla tropezó con un estorbo de hierro.
—¿Qué tienes ahí?
—Un candado —dijo ella.
—¡Qué disparate! —dijo el senador, furioso, y preguntó lo que sabía de sobra—: ¿Dónde está la llave?
Laura Farina respiró aliviada.
—La tiene mi papá —contestó—. Me dijo que le dijera a usted que la mande a buscar con un propio y que le mande con él un compromiso escrito de que le va a arreglar su situación.
El senador se puso tenso. “Cabrón franchute”, murmuró indignado. Luego cerró los ojos para relajarse, y se encontró consigo mismo en la oscuridad. Recuerda —recordó— que seas tú o sea otro cualquiera, estaréis muerto dentro de un tiempo muy breve, y que poco después no quedará de vosotros ni siquiera el nombre. Esperó a que pasara el escalofrío.
—Dime una cosa —preguntó entonces—: ¿Qué has oído decir de mí?
—¿La verdad de verdad?
—La verdad de verdad.
—Bueno —se atrevió Laura Farina—, dicen que usted es peor que los otros, porque es distinto.
El senador no se alteró. Hizo un silencio largo, con los ojos cerrados, y cuando volvió a abrirlos parecía de regreso de sus instintos más recónditos.
—Qué carajo —decidió— dile al cabrón de tu padre que le voy a arreglar su asunto.
—Si quiere yo misma voy por la llave —dijo Laura Farina.
El senador la retuvo.
—Olvídate de la llave —dijo— y duérmete un rato conmigo. Es bueno estar con alguien cuando uno está solo.
Entonces ella lo acostó en su hombro con los ojos fijos en la rosa. El senador la abrazó por la cintura, escondió la cara en su axila de animal de monte y sucumbió al terror. Seis meses y once días después había de morir en esa misma posición, pervertido y repudiado por el escándalo público de Laura Farina, y llorando de la rabia de morirse sin ella.

martes, 24 de agosto de 2010

Desde lo alto



Desde lo alto

La gente, en algún momento de la vida, siempre se pregunta cuál puede ser su lugar en el mundo. Yo les digo que el mío es en los confines de un bosque en Carlos Spegazzini. Ahí nací, crecí, y probablemente muera en las mismas condiciones: de pie. Muchos pensarán que soy una persona común y corriente, pero eso lo pondrán en duda en cuanto les diga que mido 30 metros de altura y que tengo casi 119 años de edad – 118, 11 meses y 4 días exactamente-. Seguro me imaginan olvidado y tullido, pero sin embargo, reverdezco todas las primaveras.
Vivo en el campo de los Inzunza, familia de origen Español. Juan Pedro fue, podríamos decir, mi progenitor. Demás está decir que, por mi edad, conozco a todos los miembros de la familia. Desde el más pequeño, caprichoso, y cínico, pasando por el travieso y escurridizo, hasta el profundo y soñador Juan Carlos –vale aclarar que todos los varones de la familia deben llevar como primer nombre Juan-.
Prácticamente lo vi crecer. Cuando era chico solía jugar a las escondidas con sus hermanos y amigos. Podía pasarse horas y horas correteando por el lugar, hasta que su madre, Margarita Inzunza, lo llamaba a él y a los demás para ir a tomar el té a la estancia.
Ya un poco más crecido, alrededor de los 14 años, construyó entre mis brazos una pequeña casita. Admito que cuando martillaba y clavaba, sentía un dolor punzante que me causó serios calambres durante varias horas, pero aún así, disfrutaba mucho el poder tenerlo cerca de mí.
Durante sus ratos libres en la tarde, se apoyaba en mi tronco a pensar. Yo no sé con certeza en qué pensaba, pero sí podía intuirlo por sus estados de ánimo: a veces se presentaba casi iracundo y con la respiración agitada, entonces podía deducir que se había peleado con alguno de sus hermanos. Pero otras veces venía risueño y con un brillo particular en los ojos, lo cual, para mí, indicaba que estaba enamorado de alguna muchachita.

Creo que puedo decir que conocí a su primera novia antes que nadie. Los ví entrar juntos, tomados de la mano y riendo. Y más avanzada la relación, se escabullían a veces altas horas de la noche para besarse. Obviamente yo fui su cómplice y no le dije nada a nadie. Sin embargo, un caluroso día de septiembre, la muchacha no regresó. Juan Carlos estuvo muy callado y taciturno durante varios días, y se quedaba conmigo hasta que anochecía.
Los años pasaron tanto para mí como para él. Juan Carlos tuvo otras novias, pero estoy seguro que ninguna fue tan importante como la primera. Aún así, mi amigo de siempre nunca dejó de venir. Ya sea para reír, para pensar, o para llorar. Siempre se apoya contra el tronco, mirando para arriba, a veces cerrando los ojos y pensando, siempre pensando.
Como verán, la vida de un árbol como yo puede ser algo aburrida porque uno ve que los años pasan y, sin embargo, se sigue en el mismo lugar. Pero también, privilegiada en cierto punto: porque a pesar de no desplazarme, de ser casi inmutable y de no poder emitir alguna palabra de aliento, al menos Juan Carlos siempre encontró un lugar en el que apoyarse.


[Ambas fotos son en un bosque de Colón, Entre Ríos. En una estoy yo. Año 2006]

martes, 10 de agosto de 2010

Femme Fatale


Otra noche en la ciudad porteña. Hace frío como para estar solo. Allí esta Isabel apoyada contra un poste, cerca de un bar nocturno. Su cabello largo y rubio se mueve con el viento y hace un perfecto contraste con su piloto oscuro, que le llega hasta las rodillas. Los tacones negros le estilizan sus piernas a la perfección. Largas, sensuales…

Da la última pitada al cigarrillo, lo arroja al suelo y en seguida su zapato termina de apagarlo. Se ajusta el cinturón del piloto, mira hacia ambos lados, y comienza a andar por las calles adoquinadas de la ciudad. Las calles que recorre todos los días a la misma hora. Rechazando y eligiendo pretendientes. Sin embargo, ella me conoce. Me ha visto una vez, dos, o quizá tres.
Ella sigue caminando, exhibiendo una belleza tan exótica que podría ser la envidia de muchas mujeres.

Me acerco lentamente hasta donde ella está, en mi monovolumen negro (gajes del oficio bursátil, como quien quiere la cosa). Bajo el vidrio lentamente, y ella me reconoce casi al instante. “Así que de nuevo por acá… no pensé que te volvería a ver” dijo, con tono confiado. “Hace frío para estar solo hoy, ¿no te parece?” acto seguido, guiñó un ojo y, casi como una modelo desfilando por una pasarela, se acercó hasta la puerta, la abrió y se sentó a mi lado. Su perfume, tan característico de ella, invadió el aire en un segundo, y por un momento, sentí que me perdía.
Basta ya, nada de enamoramientos ni cursilerías. Agarré fuertemente el volante y me dirigí al hotel más cercano. Ella sólo se limitó a mirarme, y encender otro cigarrillo. Me preguntó cómo había estado en todo este tiempo. “Bien, con mucho trabajo y muchos viajes al exterior. Casi sin tiempo de distenderme.” Repuse, aunque algo nervioso. ¿Porqué me sentía así?. Llegamos a la lujosa habitación, la misma que las anteriores ocasiones: era su preferida. No lo había dicho explícitamente, pero yo lo recuerdo. En una pequeña mesa ratona, había un champagne, dos copas, y una rosa roja. Cual caballero se la entregué, con una sonrisa picarona en el rostro. Serví el champagne en ambas copas, y brindamos, ¿por qué? Por un próximo encuentro. “Espero que así sea” dijo.

Las ropas de uno y otro iban cayendo al suelo. Ella se presentaba con el cuerpo de una mística diosa, casi irreal. Era perfecta. Una delgada cintura y la piel blanca con unos pocos lunares. Sus ojos de un azul cristalino, o como los del mar de los lugares paradisíacos a los que he ido. Nos hundimos apasionadamente uno en el otro. Podía sentir que ella vibraba entera y reía, reía y reía, hasta que ambos llegamos al éxtasis de aquel encuentro, al punto máximo. Al terminar, se tendió a mi lado, con el pelo algo enmarañado, pero eso no cambiaba al todo en absoluto. Hizo un ademán de levantarse e irse, pero en seguida le tomé la mano y le dije que se quedara. “¿Para qué?” me miró sobresaltada. “Porque necesito compañía. ¿Crees que podrás quedarte acá al lado mío un rato más?”, “Bueno, está bien. Supongo no me afecta” dijo, y volvió a acostarse. Esta vez, fui yo el que terminó entre sus brazos, contra su pecho. El dulce perfume de su piel hizo que me perdiera en un pesado sueño. El tiempo se desvaneció y junto con él también lo hizo la noche, dándome en la cara los rayos del sol a la mañana siguiente. No fue su cálido cuerpo lo que encontré al despertar, sino el frío de las sábanas de la cama. Algo confundido miré a mí alrededor, y comprendí en seguida todo lo que había pasado la noche anterior. La botella de champagne estaba vacía, y mi ropa todavía estaba en el suelo. “Hasta el próximo encuentro” habíamos dicho. ¿Cuándo será exactamente? No lo sé.
Sólo sé que junto a mí en la cama, ya no estaba Isabel, sino su rosa roja.

viernes, 23 de julio de 2010

200 años, 200 minutos de reflexión.


Ayer acudí a una charla acerca del Bicentenario a cargo de la historiadora María Saenz Quesada, y del economista Rogelio Frigerio, entre otros profesionales. Explicaron y abarcaron temas de los últimos doscientos años de manera muy didáctica, asi que, ahí les va!:

Entre el 2009 y 2010, muchos países latinoamericanos celebraron sus bicentenarios: Bolivia, lo hizo reivindicando los pueblos originarios con un fuerte rechazo hacia la modernidad. En Venezuela, lo que Chávez destaca es la lucha constante contra el imperialismo. Para nuestros vecinos brasileños,el futuro es algo que les pertenece. Pero en nuestro caso, tenemos una mirada bastante crítica del primer centenario, con ideas de democracia limitada desde aquel Caseros de 1852 hasta 1910. La Argentina de hoy está enfrentada con su pasado, porque se valora lo que hace la Argentina actual y no lo anterior.

Yendo atrás en el tiempo, la densidad de la cultura y la población (débil y poca) hizo fácil la entrada de los españoles y la oportunidad de la colonización. A pesar de que leimos en la escuela sobre las guerras independentistas, en aquélla época reinaron muchísimo más las guerras étnicas (entre indios y españoles) y civiles más que por la causa de la independencia.
El contrabando y los movimientos revolucionarios fueron desembocando poco a poco en movimientos independentistas (valga la redundancia).
Hubo muchos viajeros visitaron América, describiendo sus tierras. Uno de ellos es Alejandro de Humboldt, quien dijo que México era el país de la desigualdad. Pero éste concepto no sólo se aplica al país en cuestión, sino que ahora se extendió englobando a toda América Latina. No nos olvidemos de los textos del viajero Félix de Azara, quien fue amigo de Belgrano pero también leído por Vieytes, porque sus textos sobre el continente americano daban ayudas sobre cómo mejorar las cosas de la economía agrícola del momento.
Belgrano, cuando llegó a los 16 años a Europa, se emocionó al leer tantos autores europeos y en todas partes veía tiranos y opresión, pero también empieza a vislumbrar las formas de libertad para su país.
¿Cuáles fueron los resultados de la lucha? Publicaciones de revistas revolucionarias, como la revista de agricultura, entre otras, van propagando por el país ideas sobre el reformismo.
Los lectores de Montesquieu y Rousseau pensaban en el sufrago y comercio libre, en la libre expresión y pensamiento. Podemos ver mucho optimismo porque pensaban que sería tarea fácil, pero dede luego que no fue así.

La era de 1810 presenta mucha confusión y levantamientos populares. Bolívar, por ejemplo, creía que el único bien que se había logrado a csta de otros era la independencia, pero como los pueblos originarios habían sido contenidos (en cierta forma) por el colonialismo europeo, una vez libres se encontraban muy dispersos y desconfiados. Lo mismo le pasó a José de San Martín con Perú, porque decidió dejar que el país peruano se organizara por su mismo a pesar de que la libertad ya había sido obtenida.

La Argentina de 1910 pensaba que el sistema político debía mejorarse. Los sectores más recalcitantes estaban bastante cómodos porque las decisiones de hacía dónde se podía llegar a dirigir el país descansaban en sus manos.
Algo curioso, es que a pesar de la caída en gobiernos autoritarios, siempre estuvo presente la idea de la Constitución, lo cual hizo que dichos períodos se acortaran.

En éste Bicentenario, seguimos encontrando desigualdad, clientelismo, populismo y demás. Encontramos también una Argentina que vacila en cuanto a su posición en el mundo, porque mantenemos amistades con dictaduras pero también con países que están en contra del uso de la energia nuclear. Pero si hay algo en lo que se concuerda, es que la gente de aquella época tomaban decisiónes basadas en terrenos inciertos, salvo algunos que trazaron trayectorias claras y que las siguieron hasta el fin.

[respecto de la charla de María Sáenz Quesada, la de Frigerio, quedará para mañana.]

miércoles, 21 de julio de 2010

Memorias de la España de 1920


Doña María Efigenia López Quiroga es mi abuela. Ella nació en Cantorcia, en 1920. A los 19 años contrajo matrimonio con Don Darío López Rodríguez, quién nació en Savane en 1912. Ambos oriundos de Galicia. Doña Efigenia hoy tiene 90 años, y con mucha facilidad para recordar, me contó cómo era la vida en la España de principios de siglo y la Argentina de 1949. En la foto, mi abuelo de jóven.

¿Cómo era la vida en España?
La vida de España era fundamentalmente trabajar la tierra, tener animales, y sacarlos a pastorear. Teníamos ovejas…y chanchos que después comíamos .Las gallinas ponían los huevos. Sembrábamos centeno, maíz, o garbanzos. En el invierno, no había calefacción. Entonces, la única forma de mantener el calor era colocando a los animales en los pisos de abajo de las casas. Con las vacas, por ejemplo, cuando estaban más gordas iban al mercado y las vendían. Había que sacar plata de algún lado.

¿Cuántos hermanos eran?
Éramos ocho hermanos.

¿Y los del abuelo cuántos eran? Creo que eran como 13…Los hermanos del abuelo eran 9. Habían tenido 13 hijos, pero algunos murieron de chiquititos.

¿Y tus papás que hacían?
Todos trabajábamos en el campo, hasta que fueron más grandes. Algunos de mis hermanos se fueron para Barcelona, otros vinieron para Buenos Aires, otros para Madrid… y así se fueron desparramando todos.

¿Y quién quedaban los últimos entonces?
Allá el mayor era el beneficiado. El mayor es el que tiene que quedar en la casa, y los otros tienen que salir a buscarse la vida. Vos ahora estás en tú casa y tu hermano trabajando… allá sería al revés!.

¿Estaba muy lejos la ciudad?
Las ciudades más grandes eran Madrid y Barcelona. Después hay otros pueblitos: Santiago, Lugo, Asturias. Cuando necesitábamos algo íbamos caminando de un pueblo al otro… un poco caminando y otro poco arriba del burro, caballo, lo que sea. Éso los que nos quedábamos… el que se iba, se iba para siempre.

¿Tenían vecinos ahí?
Eran 7 casas. En algunas no había nadie. En otras había dos o tres. Nosotros éramos ocho hermanos, 2 hombres y seis mujeres.

¿Y la escuela?
Íbamos un mes o un poco más por año. Después ya no íbamos más porque había que trabajar. Aprendíamos a leer, a escribir, sumar y restar, pero apenas.

¿Algunos de tus hermanos fue a la guerra?
Sí, fueron los dos. Fueron y volvieron, gracias a Dios. Lo que si, ya no me acuerdo porqué hicieron la guerra. Seguro para matar a los pobres… (se rie). Mis hermanos tuvieron suerte: hay quienes van al frente y quienes quedan en retaguardia. Pero ellos gracias a Dios volvieron…lo malo es el que no vuelve. Un hermano de tu abuelo no volvió.

¿Y el abuelo qué hizo en la guera?
Tu abuelo se escapó, pero al final lo andaban buscando y antes de que lo encontraran, se presentó (se ríe). Él al frente no fue. Ah, ¿sabés lo que hacía? Llevaba a los caballos a tomar agua!. La madre tenía un amigo, y fue y le dijo que lo llevara a Lugo. Y hablo con un superior y él se lo presentó a otra persona, entonces así se salvó de ir a la guerra, pero no se salvó de llevar a los caballos!. Y una vez que los llevaba a tomar agua, encontró un vecino, pero no le dijo ni una palabra: pasó disimulado con el caballo sin decir ni mu. Porque sino lo podían descubrir y meterlo adentro. Me acuerdo de bastantes cosas, ¿viste?.

¿Y cómo lo conociste al abuelo entonces?
Allá hay que ir a los prados a segar hierba y traerla para la casa. Empezaba el verano, y había unos parientes de él que vivían cerca de mi casa, y había que segar con un fouzo, (una herramienta para segar avena, trigo, etc.) Y esa gente lo vino a buscar a mi casa. Pero después yo lo fui a buscar porque lo necesitaba segar la hierba. Y ahí estaba tu abuelo, pero yo no lo conocía. Y su hermana, Manuela, me dice “¿Y no lo conoces a ése?” A lo que le respondí que no, que no lo conocía. Y ella entonces me dice: “Es Darío de Gamalleiro” (nombre de la casa de abuelo)…

¿Y no te pusiste colorada?
No me puse ni colorada, ni blanca, ni verde (se ríe), entonces me fui a segar la hierba con el fouzo. Estaba yo segando en el prado y cuando me doy vuelta lo veo ahí abajo. Yo seguí segando. Luego até la hierba y me fui para casa. Al otro día había una feria en la puebla y yo iba caminando y al rato me lo veo al lado. Me empezó a hablar, y de ahí no me soltó ni lo solté más (se ríe).
Nos casamos por el registro civil y después por la Iglesia.Yo tenía 19 años y el 27.

¿Cómo fue que vinieron para Argentina?
Porque allá después de la guerra no había ni trabajo ni nada, estaba todo muerto. Y a mí me reclamaron de acá, porque si te reclaman podías venir, sino no. No sé muy bien cómo explicarte. El padre de Mirta (una tía mía) nos dijo de venir. Entonces compramos los boletos… obviamente, sólo de ida.
Y cuando llegaron a Argentina, ¿con qué se encontraron?
Vinimos en barco y tardamos como quince o veinte días. Viajamos con toda la gente que venía para Argentina o para Uruguay, pero todos veníamos a buscar trabajo.

¿Apenas llegaron qué hicieron?
Nos trajeron para la casa de una hermana del abuelo, Pacita, y estuvimos un tiempo, porque no podíamos quedarnos ahí para toda la vida. Después, en Avellaneda había un conventillo. Y nos dieron un ahí para vivir. Estuvimos ahí un tiempo largo. Como era de madera, un día, se prendió fuego… y se quemó. En ese conventillo había muchas piezas: era una para cada familia. Nosotros éramos tres nada más, pero había familias mucho más numerosas. Sin embargo, seguimos un tiempo en Avellaneda porque alquilamos una casita en un barrio que, la verdad, no era muy lindo. Nos terminamos yendo a lo de Pacita de nuevo, y justo vimos que la casa de enfrente (donde vive actualmente) se vendía. Luchando y luchando, la compramos. Pero era muy distinta a como está ahora. Estaba fea y así nomás la casa, y con el tiempo la fuimos poniendo más linda.

¿El abuelo de qué trabajaba?
En el centro hay gente que se contrata para limpiar los edificios, oficinas, cosas así. Y él dice “voy a ver si consigo algo así”. Y bueno, lo tomaron. Limpiaban las oficinas, etcétera. Fue ahorrando y ahorrando y ahí es cuando compramos la casa.

¿Y vos de qué trabajabas?
Yo hacía pantalones. Él siguió trabajando en eso. Una vecina nos dijo: “¿porque no edifican ahí adelante y les alquilamos?” me dijo así porque ellos querían poner un negocio, entonces aceptamos… de algo hay que vivir, ¿no?

¿Te arrepentís de haber dejado tus tierras?
Al principio nos costó. Pasar del campo a la ciudad no es fácil. Porque nosotros sólo sabíamos trabajar la tierra, criar y cuidar a los animales, segar y juntar la hierba, y mantenernos en familia. Y aquí tuvimos que aprender un oficio totalmente distinto, y tuvimos que estar solos, sin nuestra familia. Pero no, no me arrepiento para nada de haber venido. Si uno se lo propone, puede adaptarse a cualquier medio.

miércoles, 14 de julio de 2010

La Oscuridad


En el taller literario seguimos con las consignas de terror, así que aquí les va otra producción.


La Oscuridad


La noche tenía sombras increíbles. El negro profundo del cielo cubría la ciudad enteramente. En cada rincón los habitantes de la noche acechaban… o al menos eso creía sentir. La zona del obelisco, que siempre había sido la más iluminada de Buenos Aires, estaba bajo la total oscuridad. Mi cuerpo estaba sumido en un terrible miedo, de esos en los que el menor ruido o movimiento resultan tan perturbadores. Por unos instante no escuché más que mi corazón latir desaforadamente, pensé que iba a desvanecerme en cualquier momento.

Seguí caminando por las calles de la ciudad desierta. Nada. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Dónde estaba la gente? Grité a ver si alguien podía oírme, pero sólo obtuve la respuesta de mi propio eco. Llegué a Córdoba y Callao corriendo desesperadamente. Los locales de comida rápida tenían las luces encendidas, pero sin embargo, no había nadie dentro. Mientras estaba llegando a la próxima cuadra, juré haber visto pasar fugazmente un auto, pero, quién sabe, la mente en éste tipo de situaciones no es tu mejor aliado. Ahora es cuando maldigo haber salido de mi casa, debería haberme quedado ahí en primer lugar, y en segundo, maldigo mi curiosidad, la cual podría llevarme al ataque cardíaco en cualquier momento.

Dios santo, las cuadras no se terminan más. Llegué hasta Rodríguez Peña y Juncal, en dónde el único ruido que quebrantó el silencio fue el de la fuente. Me dispuse a sentarme en la vereda para descansar mis agotadas piernas, y al cerrar los ojos el tiempo pareció desvanecerse. No sé cuánto tiempo estuve así, pero al despertar, me contuve de emitir un grito de horror al ver alguien parado delante de mí.

- No debería estar acá- dijo el hombre uniformado, quién a pesar de querer mantener la calma, estaba tan asustado como yo.
- No sé ni cómo llegué, pero ¿qué está pasando?
- Algo arrasó con la ciudad. No se sabe con exactitud qué es, pero acompáñeme y mis compañeros le podrán detallar la situación mejor que yo.- Sentenció.

La caminata hasta la central de policía me pareció larga, y en el trayecto vimos a la distancia una sombra merodear por la zona. A lo cual, mi acompañante me urgió que nos escondamos. Cuando la vimos pasar delante de nosotros la sombra se dirigía hacia la avenida Santa Fe emitiendo un lamento que se volvía a perder en el silencio de la noche.

Llegamos a la central. Subí las escaleras desesperado y cuando entré tropecé con algo, al tiempo que el policía prendió la luz. Cuando me incorporé pude ver la carnicería humana: había charcos de sangre, un torso de un policía y a otro que le faltaban las tripas estaba amarrado a una silla. Con los ojos desorbitados miré a mi acompañante, quien se encontraba tan asombrado como yo.
- Dios mío, se llevó también a mis compañeros. Tenemos que huir ya mismo. Tengo el coche en la esquina, y en la zona oeste todavía quedan refuerzos.
Me tomó del brazo, bajamos las escaleras y salimos a la oscuridad.
A lo lejos, se escuchó un grito.

miércoles, 7 de julio de 2010

Al calor del sol.


[Un cuento de terror, escrito ayer a altas horas de la noche]


Fue uno de los veranos más calurosos de California que ella pudiera recordar. Ahí estaba Norah, sola nuevamente, tendida en su cama en ropa interior y con el torso desnudo. Miró el reloj: las 5 pm. Faltaban apenas 3 horas para ir a trabajar. No podía recordar exactamente cuántas horas había dormido, pero le habían parecido días. Su cuerpo goteaba de sudor, y pedía agua a gritos. Se incorporó lentamente de la cama, sacando fuerzas de donde le quedaban, y mientras se ponía de pie, un ligero mareo se apoderó de ella que le obligó a apoyarse sobre el mueble más cercano para evitar caerse. Abrió la ventana y los rayos del imponente sol de Mayo se filtraron en su habitación. “Dios mío… qué calor, y todavía no estamos en pleno verano” dijo, seguido de un largo suspiro. Oprimió el botón del ventilador, pero las aspas no se movieron: el servicio eléctrico se había cortado por segunda vez consecutiva en la semana.

Salió de la habitación y se dirigió a la cocina. Se sirvió un fuerte café para despertarse. Apoyada en la mesada, en una mano tenía la taza y en la otra un bizcocho azucarado de esos que tanto le gustaban. Dejó la taza sin lavar en la pileta y fue corriendo a darse un baño. Se relajó en la bañera un rato largo: parecía mentira, pero eran sus momentos de mayor reflexión…y el lugar para refugiarse del agobiante calor.

Su última relación había terminado hace tres meses. Todo había comenzado como un simple coqueteo en su anterior trabajo, tornándose una relación formal con el paso del tiempo, pero que terminó por disolverse un día en que ella encontró una nota que anunciaba la partida de su cónyuge sin posible retorno.
Norah no quiso reflexionar más sobre el tema porque seguía sin encontrarle explicación. Salió de la bañera, tomó la toalla y se secó. Una vez lista, se dirigió a su caluroso cuarto para vestirse e ir a trabajar. Llevaba dos meses trabajando en el café de la calle Berkeley. A excepción de los domingos, todos los días cubría el turno de la noche. Los clientes eran generalmente las enfermeras del hospital de enfrente y chóferes de camiones, quienes paraban para tomar café antes de seguir su viaje quién sabe dónde.

Las 7:45 pm. Una vez lista, salió rápidamente de su departamento y se dirigió al trabajo. Hasta pasadas las 10, todo marchó debidamente. Un hombre con un aspecto bastante repulsivo entró en el local. Sin hacer contacto visual con ella, pidió un capuchino y un sándwich. Pagó y se sentó en las mesas del fondo. Mientras Norah leía el diario, de vez en cuando miraba a aquel hombre tan extraño. Hasta que, de un momento a otro, desapareció. Se quedó intranquila, pero no le dio más importancia.
Al finalizar su turno a las 4 am vio al mismo cliente merodear por la zona, como si estuviera esperando a alguien. Siguió caminando algo atenta.

Durante los días siguientes, el mismo cliente se presentaba con el mismo aspecto a la misma hora… pidiendo siempre lo mismo, y pasada la media hora, desaparecía.
Fue la noche del miércoles no lo vio.”Bueno, se habrá tomado un descanso” pensó, ingenua. Ese día, su jefe la dejó marcharse una hora antes. Al llegar a casa, se desvistió y se metió en la cama. Dormía profundamente hasta que sintió un olor putrefacto en la habitación, seguido de una respiración ronca. Prendió rápidamente la luz, y se encontró con aquel hombre. ¿Cómo fue que había logrado escabullirse en su departamento? Y en ese caso, ¿la había estado siguiendo todos estos días?. Sus ojos no brillaban y la miraban fijamente. En su rostro arrugado faltaban trozos de piel, dejando a la vista una piel joven y tersa. Su mano sostenía algo brillante y afilado. Sin embargo, sintió una especie de alivio, porque ya no había ningún lugar a dónde huir. Era lo que ella había estado buscando... No dudó un segundo, y lentamente se incorporó de la cama y lo enfrentó. “Ya es hora, ¿no crees? Quítate tu vieja piel, tu vieja vida, y da lugar a una nueva” le espetó. El intruso le alcanzó el bisturí, y ella sin titubear, estiró su brazo e hizo la primera incisión.

martes, 15 de junio de 2010

Cazuela de Taricos en el teatro!


Hola a todos! Después de quedarme estudiando hasta altas horas de la noche (y madrugada), de gastar un presupuesto en yerba mate para mantenerme despierta, de leer apuntes propios y ajenos, y de ir a rendir Teoría Social con unas ojeras que me llegaban hasta el piso, acá estoy escribiendo nuevamente.

Si hay algo en lo que concuerdo con ciertos mitos urbanos, es que los domingos son muy aburridos. Hace una semana me llegó la notificación de que "Cazuela de Taricos" llegaba a Banfield el domingo 13, así que no dudé ni un segundo para reservar mi entrada.

Para aquellos que no conozcan al inventor de "Cazuela de Taricos", tengo el placer de presentárselos!.
Ariel Tarico es un muchachito de 26 años, que resultó tener un don y un gran talento para imitar a los personajes más controvertidos del país. El show iniciaba con la imitación del jugador Carlos Tévez, el cual irrumpió en escena jugando a la pelota, diciendo que había nacido en "Fort apach" y que no le habían cortado el cordón umbilical, sino que directamente se lo habían robado. Siguiendo con el ex-presidente Néstor Kirchner, quejándose de que había hecho tantas cosas por el país y que justo tenía que aparecer un tipo como Cobos para arruinarlo todo. Tampoco podía dejar atrás a personajes como Scioli y Macri, a quien en sus discursos no se le entiende ni la mitad por su voz bienuda.

No se olvidó tampoco del tono apocalíptico de Lilita Carrió, diciendo que en Agosto se va todo a la mierda porque es el mes en que no hay cosas programadas; la aparición de un personaje de clase media, Betty de Barrio Norte, quejándose de todos los políticos menos del ex presidente radical Raúl Alfonsín, a quién elogiaba y admiraba profundamente.

Y para terminar, encarnó a Fidel Castro, quien se quejaba que el Che Guevara le había ganado por salir en más remeras que él.

Resumiendo, a lo largo de una hora y media pudimos ver la satirización de varios políticos y figuras del país, encarnados en una sola persona. Al final del show, Ariel agradeció al público y a toda la gente que trabaja con él. También se quedó para firmar autógrafos y sacarse fotos con algunos espectadores.

Recomiendo mucho este show, sobretodo para aquellos que a veces no sabemos si reirnos o llorar de las cosas de éste país!



[ Para los que quieran seguir el recorrido de Ariel por las provincias, les dejo un link: http://www.facebook.com/group.php?gid=88083302833&ref=ts ]

jueves, 3 de junio de 2010

Cinco meses sin El Gitano.


[Foto del cortejo fúnebre el día 6/1/2010]


¿Por dónde empezar? La muerte de la figura emblemática estuvo presente durante varios días en los titulares de los diarios. Los noticieros, en cambio, manifestaron sus condolencias de diferentes formas: La pantalla de Crónica permaneció negra con las letras blancas (que tanto la caracterizan) anunciando lo sucedido; Todo Noticias pasaba reiteradas veces sus shows y conciertos; y otros canales optaron por pasar su biografía o sus películas.

El día que ocurrió todo, me dirigí a su casa. Había muchísima gente reunida allí, pero lo que más me llamó la atención fue que estaban todos en silencio: nadie decía nada. Las banderas, las flores, las cartas y tarjetas tapaban gran parte de la puerta principal y del portón. Se escuchaban algunos llantos de las "nenas", y un grupo cantaba sus canciones para tratar de pasar el mal rato.

Dos días después, el lunes 6, fue el cortejo fúnebre. Al que también decidí ir, ya que el ataud (suena feo decirlo así, ¿no?) pasaba por la casa primero. Había una enorme cantidad de gente, tanta que, la idea pricipal de aguardar un minuto de silencio, pero no fue posible y el cortejo tuve que seguir de largo para el cementerio de Burzaco. La gente se desperaba. Todos querían tocar el auto que trasladaba el cajón, el cual se convirtió en una montaña de flores de todas las variedades. No olvidemos las frases "El Gitano para siempre", "Sandro te amo", "Sandro Dios te bendiga", y derivadas. Mucha gente fue hasta Burzaco a pie para el entierro, pero yo me volví a casa y segui viendo el trayecto desde el noticiero: mientras el auto iba por Yrigoyen, la gente desesperada corría para alcanzarlo y tocarlo para darle el último adiós.

Mi madre dice que los cortejos de Hipólito Yrigoyen (ex-presidente radical, fallecido en 1928); el del Tte. Gral. Juan Domingo Perón (ex-presidente justicialista, fallecido en 1974); y Raúl Alfonsín (ex-presidente radical en la década del '80, fallecido en abril de 2009), constituyeron los más concurridos por el pueblo... y que ahora se sumaba el de Sandro.

¿Qué más puedo agregar? Ah, sí, el orgullo de que haya sido Argentino. Marcó la diferencia en el mundo de la farándula: siempre oculto y al márgen de escándalos. Cada vez que se subía a un escenario se inciaba una comunicación especial con el público, aquella que sólo unos pocos logran establecer. Dejando a todo el mundo maravillado y con ganas de seguir cantando junto al ídolo. Un tipo sencillo, nacido en Valentín Alsina, quien se dió cuenta que tenía buena voz mientras gritaba "VINERO" cuando era chico... y que una vez que ascendió al estrellato no se fue a vivir ostentosamente a la capital, sino que se vino más para el sur todavía: a Banfield. O cuando sus fans se instalaban con las carpas días antes de su cumpleaños, y él las hacía pasar una por una para firmar autógrafos y sacarse fotos.
No hay mucha gente famosa así, ¿no?

Para terminar, yo creo que alguien como Sandro quizás puede desaparecer de éste mundo, pero no puede desaparecer jamás de la memoria de sus fans y de la gente que lo quiso.

miércoles, 26 de mayo de 2010

DDT


Hola a todos nuevamente! Estuve un tiempo ausente, lo sé.

Hoy hice mi primera experiencia en lo que tiene que ver con mi carrera: fui a ver "Después de todo" de Jorge Lanata (todos los días a las 21 hs, por canal 26).
¿Cómo fue que llegué a decidirme? (con lo indecisa que soy...)
Un día llego de la facultad, y veo que mi mamá estaba mirando la TV mientras cocinaba. Ya de por sí, cosa rara en casa, ya que se escucha más la radio. Veo que en el programa está Lanata y le pregunto a mi madre: ¿Volvió a la tele o lo estan entrevistando? Y me dice que si! que ahora tiene un nuevo programa. Y me dió la dirección de correo electrónico por si quería asistir a la tribuna.
Admito que dejé pasar unos días, pero dije: ¿Qué pierdo con mandar el mail? Lo mandé el lunes pasado y me contestaron recien AYER! Asi que apenas recibí la respuesta hice cambio de planes de todo lo que tenia para hacer hoy y me fui al programa, acompañada de mi amiga Antonella.

Nunca había estado en un estudio de TV así que fue todo nuevo para mi. Nos registramos y esperamos alrededor de 15 minutos, los cuales, de alguna u otra forma, fueron eternos. Hasta que una voz amable nos invitó a pasar hacia el estudio porque el programa estaba por comenzar. Una vez ubicados, se escucha un HOLA masculino... y era Lanata. El mismo que escribió ARGENTINOS, el que mi madre miraba hace años en DIA D, y el mismo que fundó Página 12 y Crítica de la Argentina.
Antes de que empiece el programa, nos preguntó a todos (eran todos estudiantes) de qué facultad eramos, qué estudiabamos y si habíamos concurrido a los festejos del Bicentenario.
El programa empezó con Ariel Tarico, siguió con los informes de Jessica acerca del Bicentenario (presupuestos, chismes de la cena en la casa Rosada, etc), pasó por Reynaldo Sietecase y terminando con el elenco de Fuerza Bruta (los artistas que desfilaron por Diagonal Norte hasta la 9 de Julio el dia 25 de mayo).
En resumen, hubo de todo! Y como era de esperar, al terminar el programa, me acerqué a saludarlo. Nos recibió de muy buena gana y se quedó hablando con nosotras tres (Mamá, Antonella y yo) hasta que, obviamente, se subió a su coche y se fue del estudio.

La verdad verdadera: me sorprendí. Y la conclusión que saqué es que quiero seguir en Periodismo :)
Asi que... será hasta el próximo programa!.

martes, 20 de abril de 2010

"A cuántos hay que matar"


[Éste reciente escrito, es la continuación de uno de los fragmentos del libro de Reynaldo Sietecase "A Cuántos Hay Que Matar". Mi producción arranca desde que el momento en que el Señor Bauer se reúne con el contratado asesino, el cual dice "que debe saber cuánto pesan las sandías si es que él va a ser el encargado de meterlas en el cajón". Hasta ahí lo real... de ahora en más, lo ficticio.
Espero lo disfruten]



El señor Bauer se quedó pensando en aquella última frase. “Cuánto pesan las sandías” repetía para sus adentros. Y al fin cayó en la cuenta de que esas personas que una vez fueron importantes para él, ahora son tan insignificantes como una sandía.
En cierta forma, le gustaba este juego perverso de sentirse Dios por un día. Pero en cierta forma, algo de compasión por esa gente tenía.

¿Qué fue lo que lo llevó a tomar esa decisión? Todo se remontaba a una tarde soleada del mes de diciembre, precisamente dos días antes de la llegada del verano. El señor Bauer se levantó a la hora de siempre, besó a su esposa en la mejilla, desayunó y se fue al trabajo. Manejó por la misma autopista con el mismo coche. Todo indicaba que era un día común y corriente. El trabajo era el mismo: formularios y formularios que los empleados de alto rango como él deben completar y despachar, hasta que el reloj diera doce campanadas indicando el receso para el almuerzo. Era su hora preferida. Una hora para pensar en absolutamente nada, distenderse, y así estar listo para sumergirse en la próxima pila de formularios, papeles, cheques, tareas, etcétera que lo esperaban apenas pisara nuevamente su oficina.

Por unos momentos, perdía la concentración en su trabajo. Pensamientos confusos se le asomaban a la mente, que el ahuyentaba sumergiéndose nuevamente en el siguiente formulario. Decidió llamar a su esposa, a ver si estaba todo en orden. No hubo respuesta. Espero media hora e intentó nuevamente. Nada. “La tercera es la vencida” dijo para sus adentros y marcó de nuevo. Una vocecita familiar atendió y esbozó el “Hola”. Era ella. Estaba a salvo. “No, nada querida, quería saber si estaba todo en orden”, “Juan, dios mío, casi nunca llamás a casa. Pensé que había pasado algo” Hablando de otras superficialidades, se despidió y cortó la comunicación algo intranquilo. “Algo no está bien; hay algo fuera de lugar” A las 16:00, una hora antes de lo habitual, se fue para su casa. Tomó un atajo para evitar la hora más pesada del tránsito.

Llegó a su casa. Persianas bajas tal cual las había dejado a la mañana. Abre la puerta y ve la misma silla junto al mismo teléfono. Cruza el pasillo. No hay nada diferente… pero sin embargo, sí lo hay. Estaba todo en orden a excepción de un abrigo de hombre que a él no le pertenecía. Los ruidos y gemidos provenientes de la habitación matrimonial le fueron suficientes para imaginarse el cuadro. ¿Cómo miraría a su esposa de ahora en más? De sólo pensarlo le daban naúseas. Así fue cuando salió de su casa rápido y contrató a este hombre de traje negro sentado delante de él.

- Son dos sandías…- musitó Bauer.
- ¿Cómo? No entendí.
- Dos sandías- Espetó y lo miró decididamente- Pero lo vamos a hacer a mi manera.

A la noche, le costó conciliar el sueño.

Al día siguiente se levantó y realizó su rutina escondiendo sus nervios lo mejor posible. Pidió permiso a su superior para retirarse una hora antes, dando la excusa de que había “serios problemas con la salud de su esposa”. Llegó a la esquina de su casa, y sentado en el banco estaba el hombre de traje negro. Bauer le pidió que le entregara el arma: él mismo quería llevar a cabo el homicidio. Entraron los dos en la casa y se dirigieron al cuarto, en dónde se escuchaba a los dos amantes hablar y reir. Los dos irrumpieron en la habitación, sobresaltando a sus ocupantes.

Era conciente de que era la última vez que la vería. Miles de imágenes cruzaron por su cabeza en un segundo, desde el día que la conoció hasta el día de hoy, y aún así, nada de eso fue suficiente para evitar que apretara el gatillo y efectuara el primer disparo.



[¡Muchas Gracias!]

miércoles, 14 de abril de 2010

Feels like a new begining

Un texto escrito hace bastante. Me acuerdo como si lo hubiera escrito ayer, y sin embargo, muchas cosas cambiaron.

_____________________________________________________________


Aproximadamente doscientos años atrás, un hombre compartió con el mundo el secreto de su éxito: “Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Se trata, nada más ni nada menos que de Benjamin Franklin: el hombre que descubrió la electricidad, o uno de los tantos presidentes que tuvo Estados Unidos. Cualquiera de nosotros habrá pensando más de una vez que hubiera sido mejor hacerle caso. Sinceramente no sé porque postergamos las cosas… o directamente, no las hacemos. Pero si tengo que adivinar, creo que tiene que ver mucho con el miedo. Miedo a fracasar, miedo al dolor, miedo al rechazo. O quizás el miedo sea solamente tomar una decisión… pero, ¿y si nos equivocamos y cometemos un error que cueste mucho reparar?.
No podemos pretender que nunca nos dijeron nada. Todos, en algún momento de nuestra vida, escuchamos a los filósofos; a nuestros abuelos advirtiéndonos acerca del tiempo perdido; o leído infinidades de poemas sobre las mil y una formas de aprovechar el día… de todas formas, tenemos que hacer nuestra propia experiencia y chocar contra la pared cuantas veces sea necesario.
Tenemos que equivocarnos (‘errar es humano’), aprender nuestras propias lecciones, y así entender lo que quiso decir Benjamin Franklin: Saber, es mejor que preguntarse. Despertar, es mejor que dormir… y la lista sigue.
Y para terminar, creo que el peor de los errores, o el más grande de los fracasos, es mucho mejor que nunca haberlo intentado.

Noviembre de 2009

miércoles, 7 de abril de 2010

Un día en la vida de...


Aclaración importante: Ya quisiera haberme entrevistado con él, pero algún día lo haré! Y ahi sí será publicado como una autentica entrevista.




Segundo, esto que van a leer ahora, es una asignatura de una materia que estoy cursando en la facultad. La consigna era escribir "un día en el diario íntimo de un famoso". Muchas celebridades se me ocurrieron (Ellen Pompeo, Katherine Heigl, Melissa George), pero el 99,9% de mi clase era probable que no los conocieran... así que opté por un gran profesional. Consigna importante: no se podía decir explicitamente en el texto sobre quién trataba... asi que, si ustedes aciertan, habré hecho bien mi trabajo.




6 de septiembre de 2007

Querido Diario:


Como ya habrás podido anticipar, hoy fue mi cumpleaños. Cumplí nada más ni nada menos que 43 años. No sé porqué, pero debo admitir que la cifra me asusta un poco: la década de los treinta va pareciendo cada vez más lejana.
En casa es tradición agasajar con un brindis de medianoche al cumpleañero. Así que, descorchado el champagne, tuve el privilegio de oír decir a mis hijos y mi mujer, mediante una carta, cuánto me amaban y me acompañarían en este nuevo año que comenzaba para mí.
Después de una pequeña sobremesa, acosté a mis dos hijos junto a sus peluches preferidos y me dirigí a mi habitación. Con una sonrisa dibujada en mi rostro, me acosté junto a mi mujer, y le di las gracias por acompañarme siempre en todo.
Ya arrancado el día, toda mi parentela –hermanos, sobrinos y primos- no dudaron en venir a visitarme y quedarse para compartir un ameno almuerzo. ¡Hasta mi hermano mandó a poner un pasacalle! Decía “¡Sergio querido, el pueblo está contigo! Feliz cuadragésimo tercer cumpleaños”. Me deschavó delante de medio Banfield, pero fue un ocurrente gesto de su parte.
Alrededor de las seis de la tarde, me presenté al programa como de costumbre. La rutina quedó atrás cuando no encontré a nadie en el estudio, excepto a los de maestranza y la gente de cámaras. Cuando pregunto en recepción porqué el noventa por ciento de mis compañeros no se presentó a trabajar, me explicaron que había fallecido el pariente de un colega, y que todos habían ido al velorio. Aunque alarmado por la noticia, traté de disimular mi desconfianza con la respuesta obtenida. Sin más remedio, enfilé al estudio para comenzar el programa. Apenas prendo las luces, todas las caras conocidas estaban en la habitación…y seguido del unísono “¡Feliz cumpleaños!” las risas inundaron el estudio. Mi cara y ánimo cambiaron súbitamente: todos mis colegas se acercaron a saludarme en mi día. Había una gran torta decorada que fue preparada por las chicas de producción, y también muchos presentes.
A pesar de todos los que estaban, hubo una gran ausencia: mí querido amigo y colega Mario Mazzone no estuvo presente en el día de hoy. En el brindis fue recordado tanto por mi como por la producción del programa, reavivándolo en nuestra memoria como un gran amigo y un respetado profesional.
Una vez arrancado el programa, tuve el privilegio de cubrir gran parte de las noticias (pequeño gran presente que se le hace a los cumpleañeros).Y una vez terminado, me dirigí a casa a cenar con mi familia. Mi mujer junto con mi hija me prepararon mi plato preferido: ñoquis con salsa de champignones (sí, podría haber sido sushi o salmón ahumado, pero soy un tipo sencillo).
Resumiendo, hoy estuvo espectacular. Ahora voy a acostarme y recordarle a mi mujer cuánto la quiero y lo importante que es para mí. Mañana… será otro día.



Sergio L.

___________________________________________________


Gracias por leer!

Será entonces, hasta la próxima producción.

domingo, 21 de marzo de 2010

Good to be back.


[Ciudad de Mar del Plata - Bs As - Argentina]


Ufff, mucho tiempo sin escribir. ¿Por dónde empezar? Habiendo terminado las clases el 19 de noviembre y un mes ENTERO sin hacer nada ya fue suficiente como para recapacitar y buscarme un trabajo de verano (sí, la fobia al trabajo se curó!)...y asi fue cómo terminé en La Mascota, el Mcdonnals de Banfield Este, podría decirse. Tuve tiempo libre (el cual lo podría haber usado para escribir en este ínfimo y abandonado espacio virtual), trabajé, me fui de vacaciones. Un año más de vida ( :D ). Gente que va y gente que viene... y gente que desapareció de un día para el otro.
Ahora, se viene el comienzo del año. Muchas expectativas, y positivas ésta vez. ¿Otro trabajo? Habrá que buscarlo. ¿Otro amor? No, gracias xD. ¿Más energía positiva? Si, y de larga durabilidad por favor!. Veremos qué pasa.


[monólogo interior del momento]