jueves, 29 de marzo de 2012

Fragmento de "La historia del loco" - John Katzenbach



"Los reencuentros son algo constante en el mundo normal. La gente intenta siempre revivir momentos que en su memoria son mejores de lo que fueron en realidad, evocar emociones que, en realidad, es mejor que permanezcan en el pasado"

Florence Thomas en Hooters

¿Qué opinión le quedó a una de las feministas más fervientes después de pasar una noche en este restaurante de comida gringa, donde la principal atracción son sus meseras?

Por Florence Thomas

Fuente: http://www.soho.com.co/zona-cronica/articulo/florence-thomas-hooters/26085

Esta semana descubrí un machismo que tiene alrededor de 800 sedes y más de 455 franquicias en el mundo. Esta semana descubrí que hay una forma de comerse una hamburguesa cayendo en los estereotipos más lamentables y vulgares que me hubiera imaginado. Esta semana fui al Hooters de Bogotá y quise estrangular a más de un empleado de esta cadena pseudorrepublicana y absolutamente patriarcal que esconde una política de desprecio, sexismo y estupidez en sazonadas y picantes alitas de pollo.
Hooters es, ante todo, un restaurante. Y me temo que cada norteamericano estándar ha llevado a su linda, funcional y numerosa familia a uno de estos sitios por lo menos una vez en su vida. Incluso, estos mismos gringos seguramente prefieren ir a un Hooters en el extranjero que conocer la gastronomía típica de un país. Hooters es ya una marca, un destino preestablecido, un concepto.
El restaurante ya se lo pueden imaginar: muros totalmente forrados de madera al puro estilo rancho, llenos de escudos de clubes de fútbol, decoración country y pantallas gigantes de televisión que transmiten sin parar partidos de fútbol y otros deportes masculinos, aunque no me sorprendería ver luchas de mujeres en el barro o partidos de voleibol de ellas, semidesnudas en la playa. Un restaurante donde la gente viene a comer y donde la mitad del menú entra por los ojos en un ambiente relajado. Por lo menos ese parece ser el objetivo de Hooters.

La misión es austera: “Buscamos proveer a la familia hospitalidad y excelentes servicios con el fin de mejorar el estilo de vida de todos los que entran en contacto con nuestra marca”. Hasta aquí todo bien. Parece un típico lugarcito del medio oeste norteamericano. Falta solo el cowboy y su caballo. Pero eso no es todo. En Hooters la gente va a comer hamburguesas, pollo frito, alitas picantes, papitas y, sorpréndanse, nenas. Sí, esta clarísimo. Hooters es ante todo una cadena que utiliza chicas como parte del menú. Seamos precisos: como son parte del menú y que, como es bien sabido por los gastrónomos sibaritas, la comida entra por los ojos, Cyndy, Laura, Mary, Nancy y decenas de chicas más van ligeramente vestidas: un minishort anaranjado o negro, una minicamiseta que difícilmente abriga un generoso busto, tenis y cabellos largos. Tal cual las reinas de belleza de nuestro famoso reinado novembrino, son casi todas idénticas: sonrientes, amables y absolutamente intocables. Toman el pedido, traen la orden y cobran. Van paseando por todo el restaurante, meneándose y contorsionándose sobre las hamburguesas de los clientes, bailando como porristas quinceañeras y gritándose las órdenes del pedido. En otras palabras, hace mucho que no veía un espectáculo tan grotesco y particular. Si algo me gusta es comer en calma. Pues bien, en Hooters no pude comer nada. Las alitas se me atragantaron pues estas chicas no paraban de moverse y llamar la atención. Sus traseros danzaban a ritmo de meneíto. Seamos justos: Hooters reconoce en sus políticas que los restaurantes utilizan una porción de la anatomía femenina como elemento identitario de la cadena. No hablan por supuesto de las alitas de las gallinas. Hablan de los pechugones y las colas de las niñas. Como lo afirma su página web: “El elemento de atractivo sexual femenino es frecuente en los restaurantes, y la compañía cree que la Chica Hooters es aceptable por la sociedad de la misma forma que un vaquero de Dallas, una modelo de Sports Illustrated Swimsuit, o un Rockette Radio City”. Es decir, madre mía, lo reconocen. Utilizan los atributos femeninos para vender sus asquerosas y grasientas alitas.

Lo sé. Por supuesto en Colombia hay distintas maneras de comer, pues este verbo tiene significados múltiples que, debo confesar, he tenido dificultad para entender en toda su amplitud. Es evidente que si hacemos una buena observación etnográfica, estamos de acuerdo en que en Hooters son los hombres los que comen a las mujeres, aun cuando sea solo con los ojos. Y la estadística lo confirma: 70% de los clientes son hombres, la mayoría entre los 25 y 54 años (fuente: Hooters). Y yo misma, desesperada ante la danza de las conejitas, decidí ir a hacer mi propio estudio estadístico. En esta sede del norte de Bogotá, en la noche en que estuve, conté treinta hombres, nueve mujeres y cuatro niños. Como no me aguanté, quise preguntar a algunos por qué iban a este lugar. Esperando un sinfín de respuestas ligadas a la presencia de las conejas-meseras, encontré respuestas bobaliconas y políticamente correctas que alababan la comida, el ambiente relajado y la música. ¿Cómo? ¿Entonces, da lo mismo que estas incautas y cándidas chicas sirvan comida en prendas tan ligeras y tan sexi-vulgares? Caray, regresé confundida a mi mesa. O me tomaron por una feminista light, o estos hombres, como ya la experiencia nos lo demostró, son hipócritas y solapados. Decidí entonces reiniciar mi excursión, y encontré una mesa de dos hombres maduros, de estrato alto, que por fin me dijeron lo que quería oír: “La comida es rica, pero las niñas mucho más”.

Volví a mi mesa, pedí postre, y me puse a pensar que en el fondo Hooters parece un restaurante inofensivo que solo reafirma que muchos hombres siguen atados a esta imagen de macho biológico que toma un descanso mientras come alitas picantes de pollo con mujeres-objetos sexuales apenas picantes e intocables. Tal vez solo para despertar fantasías y prepararse a una mejor noche, pero esta vez con una mujer permitida: la de ellos. Porque Hooters, a diferencia del prostíbulo, clama que no hay lugar para el encuentro sexual y la transacción. Es más, encontré en su sitio web unas políticas draconianas que afirman que el acoso sexual está rotundamente prohibido en sus restaurantes. Estas políticas incluyen un sistema de información confidencial de quejas y un número de teléfono de llamada gratuita para las denuncias. Como lo expresan ellos mismos: “Desde 1983, Hooters ha empleado más de 300.000 chicas Hooters y ha tenido muy pocos incidentes y demandas por acoso sexual”. Es lo que sabíamos: un restaurante que incita, al mismo tiempo que prohíbe. Es decir, la esencia más reprobable del puritanismo norteamericano. Mejor dicho, cada vez que ustedes vayan están participando de las grandes empresas republicanas: las que prohíben el matrimonio homosexual, el aborto y la eutanasia.

Por eso, ir a Hooters es triste: chicas como en una feria de ganado les llevan brownies a adolescentes con acné y tendencias masturbatorias. Chicas que le llevan una hamburguesa doble carne al jubilado que está solo en una mesa y que no se atreve a ir al burdel. Chicas que ofrecen alitas de pollo a empleados que comparan estas tetas ofrecidas como manjar con las de sus mujeres. Chicas que deben ganar menos de dos salarios mínimos y que bailan como trompos para pagarse sus estudios en una universidad nocturna. Eso es Hooters. Y me sorprendió ver niños y niñas. Que en un futuro serán probablemente esos adolescentes, empleados y jubilados que frecuentarán de nuevo el lugar.

En este país de violencias sexuales, de manoseos en buses, de violaciones diarias a niñas, adolescentes y mujeres, de tristes y sórdidos prostíbulos, de mujeres convertidas en botín de la guerra o de la vida cotidiana, Hooters puede parecer inofensivo pero no lo es: es la versión de estrato medio y alto de un triste país machista y violento. Eso sí, sazonado con alitas de pollo picantes y grasosas. 
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 Algo más.
 
"Las necesidades personales de cada una de las que forman parte de esa cadena no están a la vista. Múltiples pueden ser las razones por las que muchas mujeres deciden que esa "empresa" sea su lugar de trabajo. Pero lo cierto es que están expuestas en todo momento. No sólo por la poca ropa que llevan, sino porque su vulnerabilidad queda exhibida delante de todos los que van y están inmersas en un ámbito totalmente machista. La escena cuadra perfectamente: cientos de hombres que van a cenar, que comen mientras miran el partido y se sienten como en su casa entretanto tienen a su disposición una mujer sin mucha ropa que cumple con sus órdenes.
Pero, al mismo tiempo, ellas son intocables e inalcanzables. Hooters no tolera el acoso sexual pero, de alguna forma, lo incita.
El principal encanto no será la ambientación del lugar ni la comida chatarra, sino quienes la llevan a la mesa"



martes, 27 de marzo de 2012

Un verano en Nueva York



Hoy pasé y lo ví. Mis manos estaban sosteniendo dos libros: uno, de García Márquez ("El amor en los tiempos del cólera") y otro del periodista argentino Martín Caparrós ("Dios mío: un viaje por la India en busca de Sai Baba"). Pero ahí, escondidito entre libros de Roth y Dan Brown en literatura extranjera estaba el libro de Candance Bushnell.
Salió el año pasado al mercado europeo y llegó este mes a las librerías de América Latina. Pispié un poco las hojas. Los personajes son los mismos: Charlotte, Miranda, Samantha y, claro, Carrie.
Buscando críticas por internet parece ser un libro de fácil lectura y entretenido, aunque está traducido al "español" de España, léase: "vosotros, os diré, trajisteis" y demás.
Si sacaba la cuenta de lo que salía comprar los tres libros, creo que podía comprarme un buen par de zapatos altos para el invierno, pero sucede que hace poco descubrí ese pequeño placer de comprar libros.
Salí de la librería con las obras de los dos primeros autores. Pero definitivamente, el libro de Candance va a ser la próxima víctima! :)

domingo, 25 de marzo de 2012

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... son sólo un eco que siempre repite la misma canción.

sábado, 24 de marzo de 2012

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That silent sense of content that everyone gets just dissapears soon as the sun sets.
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lunes, 19 de marzo de 2012

Fragmento de "De qué hablamos cuando hablamos de amor" (Raymond Carver)

Creo que en el amor no somos más que principiantes. Decimos que nos amamos, y nos amamos, no lo dudo. Yo amo a Terri y Terri me ama a mí, y también vosotros os amáis. Ya sabéis a qué tipo de amor me refiero ahora. Al amor físico, ese impulso que te arrastra hacia alguien concreto, y al amor que inspira el ser de la otra persona.