miércoles, 14 de julio de 2010

La Oscuridad


En el taller literario seguimos con las consignas de terror, así que aquí les va otra producción.


La Oscuridad


La noche tenía sombras increíbles. El negro profundo del cielo cubría la ciudad enteramente. En cada rincón los habitantes de la noche acechaban… o al menos eso creía sentir. La zona del obelisco, que siempre había sido la más iluminada de Buenos Aires, estaba bajo la total oscuridad. Mi cuerpo estaba sumido en un terrible miedo, de esos en los que el menor ruido o movimiento resultan tan perturbadores. Por unos instante no escuché más que mi corazón latir desaforadamente, pensé que iba a desvanecerme en cualquier momento.

Seguí caminando por las calles de la ciudad desierta. Nada. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Dónde estaba la gente? Grité a ver si alguien podía oírme, pero sólo obtuve la respuesta de mi propio eco. Llegué a Córdoba y Callao corriendo desesperadamente. Los locales de comida rápida tenían las luces encendidas, pero sin embargo, no había nadie dentro. Mientras estaba llegando a la próxima cuadra, juré haber visto pasar fugazmente un auto, pero, quién sabe, la mente en éste tipo de situaciones no es tu mejor aliado. Ahora es cuando maldigo haber salido de mi casa, debería haberme quedado ahí en primer lugar, y en segundo, maldigo mi curiosidad, la cual podría llevarme al ataque cardíaco en cualquier momento.

Dios santo, las cuadras no se terminan más. Llegué hasta Rodríguez Peña y Juncal, en dónde el único ruido que quebrantó el silencio fue el de la fuente. Me dispuse a sentarme en la vereda para descansar mis agotadas piernas, y al cerrar los ojos el tiempo pareció desvanecerse. No sé cuánto tiempo estuve así, pero al despertar, me contuve de emitir un grito de horror al ver alguien parado delante de mí.

- No debería estar acá- dijo el hombre uniformado, quién a pesar de querer mantener la calma, estaba tan asustado como yo.
- No sé ni cómo llegué, pero ¿qué está pasando?
- Algo arrasó con la ciudad. No se sabe con exactitud qué es, pero acompáñeme y mis compañeros le podrán detallar la situación mejor que yo.- Sentenció.

La caminata hasta la central de policía me pareció larga, y en el trayecto vimos a la distancia una sombra merodear por la zona. A lo cual, mi acompañante me urgió que nos escondamos. Cuando la vimos pasar delante de nosotros la sombra se dirigía hacia la avenida Santa Fe emitiendo un lamento que se volvía a perder en el silencio de la noche.

Llegamos a la central. Subí las escaleras desesperado y cuando entré tropecé con algo, al tiempo que el policía prendió la luz. Cuando me incorporé pude ver la carnicería humana: había charcos de sangre, un torso de un policía y a otro que le faltaban las tripas estaba amarrado a una silla. Con los ojos desorbitados miré a mi acompañante, quien se encontraba tan asombrado como yo.
- Dios mío, se llevó también a mis compañeros. Tenemos que huir ya mismo. Tengo el coche en la esquina, y en la zona oeste todavía quedan refuerzos.
Me tomó del brazo, bajamos las escaleras y salimos a la oscuridad.
A lo lejos, se escuchó un grito.

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