miércoles, 7 de julio de 2010

Al calor del sol.


[Un cuento de terror, escrito ayer a altas horas de la noche]


Fue uno de los veranos más calurosos de California que ella pudiera recordar. Ahí estaba Norah, sola nuevamente, tendida en su cama en ropa interior y con el torso desnudo. Miró el reloj: las 5 pm. Faltaban apenas 3 horas para ir a trabajar. No podía recordar exactamente cuántas horas había dormido, pero le habían parecido días. Su cuerpo goteaba de sudor, y pedía agua a gritos. Se incorporó lentamente de la cama, sacando fuerzas de donde le quedaban, y mientras se ponía de pie, un ligero mareo se apoderó de ella que le obligó a apoyarse sobre el mueble más cercano para evitar caerse. Abrió la ventana y los rayos del imponente sol de Mayo se filtraron en su habitación. “Dios mío… qué calor, y todavía no estamos en pleno verano” dijo, seguido de un largo suspiro. Oprimió el botón del ventilador, pero las aspas no se movieron: el servicio eléctrico se había cortado por segunda vez consecutiva en la semana.

Salió de la habitación y se dirigió a la cocina. Se sirvió un fuerte café para despertarse. Apoyada en la mesada, en una mano tenía la taza y en la otra un bizcocho azucarado de esos que tanto le gustaban. Dejó la taza sin lavar en la pileta y fue corriendo a darse un baño. Se relajó en la bañera un rato largo: parecía mentira, pero eran sus momentos de mayor reflexión…y el lugar para refugiarse del agobiante calor.

Su última relación había terminado hace tres meses. Todo había comenzado como un simple coqueteo en su anterior trabajo, tornándose una relación formal con el paso del tiempo, pero que terminó por disolverse un día en que ella encontró una nota que anunciaba la partida de su cónyuge sin posible retorno.
Norah no quiso reflexionar más sobre el tema porque seguía sin encontrarle explicación. Salió de la bañera, tomó la toalla y se secó. Una vez lista, se dirigió a su caluroso cuarto para vestirse e ir a trabajar. Llevaba dos meses trabajando en el café de la calle Berkeley. A excepción de los domingos, todos los días cubría el turno de la noche. Los clientes eran generalmente las enfermeras del hospital de enfrente y chóferes de camiones, quienes paraban para tomar café antes de seguir su viaje quién sabe dónde.

Las 7:45 pm. Una vez lista, salió rápidamente de su departamento y se dirigió al trabajo. Hasta pasadas las 10, todo marchó debidamente. Un hombre con un aspecto bastante repulsivo entró en el local. Sin hacer contacto visual con ella, pidió un capuchino y un sándwich. Pagó y se sentó en las mesas del fondo. Mientras Norah leía el diario, de vez en cuando miraba a aquel hombre tan extraño. Hasta que, de un momento a otro, desapareció. Se quedó intranquila, pero no le dio más importancia.
Al finalizar su turno a las 4 am vio al mismo cliente merodear por la zona, como si estuviera esperando a alguien. Siguió caminando algo atenta.

Durante los días siguientes, el mismo cliente se presentaba con el mismo aspecto a la misma hora… pidiendo siempre lo mismo, y pasada la media hora, desaparecía.
Fue la noche del miércoles no lo vio.”Bueno, se habrá tomado un descanso” pensó, ingenua. Ese día, su jefe la dejó marcharse una hora antes. Al llegar a casa, se desvistió y se metió en la cama. Dormía profundamente hasta que sintió un olor putrefacto en la habitación, seguido de una respiración ronca. Prendió rápidamente la luz, y se encontró con aquel hombre. ¿Cómo fue que había logrado escabullirse en su departamento? Y en ese caso, ¿la había estado siguiendo todos estos días?. Sus ojos no brillaban y la miraban fijamente. En su rostro arrugado faltaban trozos de piel, dejando a la vista una piel joven y tersa. Su mano sostenía algo brillante y afilado. Sin embargo, sintió una especie de alivio, porque ya no había ningún lugar a dónde huir. Era lo que ella había estado buscando... No dudó un segundo, y lentamente se incorporó de la cama y lo enfrentó. “Ya es hora, ¿no crees? Quítate tu vieja piel, tu vieja vida, y da lugar a una nueva” le espetó. El intruso le alcanzó el bisturí, y ella sin titubear, estiró su brazo e hizo la primera incisión.

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