jueves, 29 de marzo de 2012
Fragmento de "La historia del loco" - John Katzenbach
"Los reencuentros son algo constante en el mundo normal. La gente intenta siempre revivir momentos que en su memoria son mejores de lo que fueron en realidad, evocar emociones que, en realidad, es mejor que permanezcan en el pasado"
Florence Thomas en Hooters
¿Qué opinión le quedó a una de las feministas más fervientes después de pasar una noche en este restaurante de comida gringa, donde la principal atracción son sus meseras?
Por Florence Thomas
Fuente: http://www.soho.com.co/zona-cronica/articulo/florence-thomas-hooters/26085

Hooters
es, ante todo, un restaurante. Y me temo que cada norteamericano
estándar ha llevado a su linda, funcional y numerosa familia a uno de
estos sitios por lo menos una vez en su vida. Incluso, estos mismos
gringos seguramente prefieren ir a un Hooters en el extranjero que
conocer la gastronomía típica de un país. Hooters es ya una marca, un
destino preestablecido, un concepto.
El restaurante ya se lo pueden
imaginar: muros totalmente forrados de madera al puro estilo rancho,
llenos de escudos de clubes de fútbol, decoración country y pantallas
gigantes de televisión que transmiten sin parar partidos de fútbol y
otros deportes masculinos, aunque no me sorprendería ver luchas de
mujeres en el barro o partidos de voleibol de ellas, semidesnudas en la
playa. Un restaurante donde la gente viene a comer y donde la mitad del
menú entra por los ojos en un ambiente relajado. Por lo menos ese parece
ser el objetivo de Hooters.
La misión es austera: “Buscamos proveer
a la familia hospitalidad y excelentes servicios con el fin de mejorar
el estilo de vida de todos los que entran en contacto con nuestra
marca”. Hasta aquí todo bien. Parece un típico lugarcito del medio oeste
norteamericano. Falta solo el cowboy y su caballo. Pero eso no es todo.
En Hooters la gente va a comer hamburguesas, pollo frito, alitas
picantes, papitas y, sorpréndanse, nenas. Sí, esta clarísimo. Hooters es
ante todo una cadena que utiliza chicas como parte del menú. Seamos
precisos: como son parte del menú y que, como es bien sabido por los
gastrónomos sibaritas, la comida entra por los ojos, Cyndy, Laura, Mary,
Nancy y decenas de chicas más van ligeramente vestidas: un minishort
anaranjado o negro, una minicamiseta que difícilmente abriga un generoso
busto, tenis y cabellos largos. Tal cual las reinas de belleza de
nuestro famoso reinado novembrino, son casi todas idénticas: sonrientes,
amables y absolutamente intocables. Toman el pedido, traen la orden y
cobran. Van paseando por todo el restaurante, meneándose y
contorsionándose sobre las hamburguesas de los clientes, bailando como
porristas quinceañeras y gritándose las órdenes del pedido. En otras
palabras, hace mucho que no veía un espectáculo tan grotesco y
particular. Si algo me gusta es comer en calma. Pues bien, en Hooters no
pude comer nada. Las alitas se me atragantaron pues estas chicas no
paraban de moverse y llamar la atención. Sus traseros danzaban a ritmo
de meneíto. Seamos justos: Hooters reconoce en sus políticas que los
restaurantes utilizan una porción de la anatomía femenina como elemento
identitario de la cadena. No hablan por supuesto de las alitas de las
gallinas. Hablan de los pechugones y las colas de las niñas. Como lo
afirma su página web: “El elemento de atractivo sexual femenino es
frecuente en los restaurantes, y la compañía cree que la Chica Hooters
es aceptable por la sociedad de la misma forma que un vaquero de Dallas,
una modelo de Sports Illustrated Swimsuit, o un Rockette Radio City”.
Es decir, madre mía, lo reconocen. Utilizan los atributos femeninos para
vender sus asquerosas y grasientas alitas.
Lo sé. Por supuesto en Colombia hay
distintas maneras de comer, pues este verbo tiene significados múltiples
que, debo confesar, he tenido dificultad para entender en toda su
amplitud. Es evidente que si hacemos una buena observación etnográfica,
estamos de acuerdo en que en Hooters son los hombres los que comen a las
mujeres, aun cuando sea solo con los ojos. Y la estadística lo
confirma: 70% de los clientes son hombres, la mayoría entre los 25 y 54
años (fuente: Hooters). Y yo misma, desesperada ante la danza de las
conejitas, decidí ir a hacer mi propio estudio estadístico. En esta sede
del norte de Bogotá, en la noche en que estuve, conté treinta hombres,
nueve mujeres y cuatro niños. Como no me aguanté, quise preguntar a
algunos por qué iban a este lugar. Esperando un sinfín de respuestas
ligadas a la presencia de las conejas-meseras, encontré respuestas
bobaliconas y políticamente correctas que alababan la comida, el
ambiente relajado y la música. ¿Cómo? ¿Entonces, da lo mismo que estas
incautas y cándidas chicas sirvan comida en prendas tan ligeras y tan
sexi-vulgares? Caray, regresé confundida a mi mesa. O me tomaron por una
feminista light, o estos hombres, como ya la experiencia nos lo
demostró, son hipócritas y solapados. Decidí entonces reiniciar mi
excursión, y encontré una mesa de dos hombres maduros, de estrato alto,
que por fin me dijeron lo que quería oír: “La comida es rica, pero las
niñas mucho más”.
Volví a mi mesa, pedí postre, y me puse
a pensar que en el fondo Hooters parece un restaurante inofensivo que
solo reafirma que muchos hombres siguen atados a esta imagen de macho
biológico que toma un descanso mientras come alitas picantes de pollo
con mujeres-objetos sexuales apenas picantes e intocables. Tal vez solo
para despertar fantasías y prepararse a una mejor noche, pero esta vez
con una mujer permitida: la de ellos. Porque Hooters, a diferencia del
prostíbulo, clama que no hay lugar para el encuentro sexual y la
transacción. Es más, encontré en su sitio web unas políticas draconianas
que afirman que el acoso sexual está rotundamente prohibido en sus
restaurantes. Estas políticas incluyen un sistema de información
confidencial de quejas y un número de teléfono de llamada gratuita para
las denuncias. Como lo expresan ellos mismos: “Desde 1983, Hooters ha
empleado más de 300.000 chicas Hooters y ha tenido muy pocos incidentes y
demandas por acoso sexual”. Es lo que sabíamos: un restaurante que
incita, al mismo tiempo que prohíbe. Es decir, la esencia más reprobable
del puritanismo norteamericano. Mejor dicho, cada vez que ustedes vayan
están participando de las grandes empresas republicanas: las que
prohíben el matrimonio homosexual, el aborto y la eutanasia.
Por eso, ir a Hooters es triste: chicas
como en una feria de ganado les llevan brownies a adolescentes con acné
y tendencias masturbatorias. Chicas que le llevan una hamburguesa doble
carne al jubilado que está solo en una mesa y que no se atreve a ir al
burdel. Chicas que ofrecen alitas de pollo a empleados que comparan
estas tetas ofrecidas como manjar con las de sus mujeres. Chicas que
deben ganar menos de dos salarios mínimos y que bailan como trompos para
pagarse sus estudios en una universidad nocturna. Eso es Hooters. Y me
sorprendió ver niños y niñas. Que en un futuro serán probablemente esos
adolescentes, empleados y jubilados que frecuentarán de nuevo el lugar.
En este país de violencias sexuales,
de manoseos en buses, de violaciones diarias a niñas, adolescentes y
mujeres, de tristes y sórdidos prostíbulos, de mujeres convertidas en
botín de la guerra o de la vida cotidiana, Hooters puede parecer
inofensivo pero no lo es: es la versión de estrato medio y alto de un
triste país machista y violento. Eso sí, sazonado con alitas de pollo
picantes y grasosas.
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Algo más.
"Las necesidades personales de cada una de las que forman parte de esa cadena no están a la vista. Múltiples pueden ser las razones por las que muchas mujeres deciden que esa "empresa" sea su lugar de trabajo. Pero lo cierto es que están expuestas en todo momento. No sólo por la poca ropa que llevan, sino porque su vulnerabilidad queda exhibida delante de todos los que van y están inmersas en un ámbito totalmente machista. La escena cuadra perfectamente: cientos de hombres que van a cenar, que comen mientras miran el partido y se sienten como en su casa entretanto tienen a su disposición una mujer sin mucha ropa que cumple con sus órdenes.
Pero, al mismo tiempo, ellas son intocables e inalcanzables. Hooters no tolera el acoso sexual pero, de alguna forma, lo incita.
El principal encanto no será la ambientación del lugar ni la comida chatarra, sino quienes la llevan a la mesa"
martes, 27 de marzo de 2012
Un verano en Nueva York
Hoy pasé y lo ví. Mis manos estaban sosteniendo dos libros: uno, de García Márquez ("El amor en los tiempos del cólera") y otro del periodista argentino Martín Caparrós ("Dios mío: un viaje por la India en busca de Sai Baba"). Pero ahí, escondidito entre libros de Roth y Dan Brown en literatura extranjera estaba el libro de Candance Bushnell.
Salió el año pasado al mercado europeo y llegó este mes a las librerías de América Latina. Pispié un poco las hojas. Los personajes son los mismos: Charlotte, Miranda, Samantha y, claro, Carrie.
Buscando críticas por internet parece ser un libro de fácil lectura y entretenido, aunque está traducido al "español" de España, léase: "vosotros, os diré, trajisteis" y demás.
Si sacaba la cuenta de lo que salía comprar los tres libros, creo que podía comprarme un buen par de zapatos altos para el invierno, pero sucede que hace poco descubrí ese pequeño placer de comprar libros.
Salí de la librería con las obras de los dos primeros autores. Pero definitivamente, el libro de Candance va a ser la próxima víctima! :)
domingo, 25 de marzo de 2012
sábado, 24 de marzo de 2012
lunes, 19 de marzo de 2012
Fragmento de "De qué hablamos cuando hablamos de amor" (Raymond Carver)
Creo
que en el amor no somos más que principiantes. Decimos que nos amamos, y
nos amamos, no lo dudo. Yo amo a Terri y Terri me ama a mí, y también
vosotros os amáis. Ya sabéis a qué tipo de amor me refiero ahora. Al
amor físico, ese impulso que te arrastra hacia alguien concreto, y al
amor que inspira el ser de la otra persona.
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