viernes, 16 de septiembre de 2011

El avión de la bella durmiente.



Fue un viaje intenso. Siempre he creído que ho hay nada más hermoso en la naturaleza que una mujer hermosa, de modo que fue me fue imposible escapar ni un instante al hechizo de aquella criatura de fábula que dormía a mi lado.
Hice una cena solitaria, diciéndome en silencio todo lo que le hubiera dicho a ella si hubiera estado despierta. Su sueño era tan estable, que en cierto modo tuve la inquietud de que las pastillas que se había tomado no eran para dormir sino para morir.
- A tu salud, bella.

El clima de su respiración era el mismo de la voz, y su piel exhalaba un hálito tenue que sólo podía ser el olor propio de su belleza. Me parece increíble: en la primavera anterior había leído una hermosa novela de Yasunari Kawata sobre los ancianos burgueses de Kyoto que pagaban sumas enormes para pasar la noche contemplando a las muchachas más bellas de la ciudad, desnudas y narcotizadas, mientras ellos agonizaban de amor en la misma cama. No podían despertarlas, ni tocarlas, y ni siquiera lo intentaban, porque la esencia del placer era verlas dormir. Aquella noche, velando el sueño de la mujer sentada a mi lado en el avión, no sólo entendí aquel refinamiento senil, sino que lo viví a plenitud.


Junio 1982


Fragmento del cuento "El avión de la bella durmiente" de Gabriel García Márquez.

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