domingo, 18 de septiembre de 2011

El mar del tiempo perdido




Hacia el final de enero el mar se iba volviendo áspero, empezaba a vaciar sobre el pueblouna basura espesa, y pocas semanas después todo estaba contaminado de su humor insoportable. Desde entonces el mundo no valía la pena, al menos hasta el otro diciembre,y nadie se quedaba despierto después de las ocho. Pero el año en que vino el señor Herbertel mar no se alteró, ni siquiera en febrero. Al contrario, se hizo cada vez más liso yfosforescente, y en las primeras noches de marzo exhaló una fragancia de rosas.Tobías la sintió. Tenía la sangre dulce para los cangrejos y se pasaba la mayor parte de lanoche espantándolos de la cama, hasta que volteaba la brisa y conseguía dormir. En suslargos insomnios había aprendido a distinguir todo cambio del aire. De modo que cuandosintió un olor de rosas no tuvo que abrir la puerta para saber que era un olor del mar.Se levantó tarde. Clotilde estaba prendiendo fuego en el patio. La brisa era fresca y todaslas estrellas estaban en su puesto, pero costaba trabajo contarlas hasta el horizonte a causade las luces del mar. Después de tomar café, Tobías sintió un rastro de la noche en elpaladar.

—Anoche —recordó— sucedió algo muy raro.

Clotilde, por supuesto, no lo había sentido. Dormía de un modo tan pesado que ni siquiera recordaba los sueños.

—Era un olor de rosas —dijo Tobías—, y estoy seguro que venía del mar.
—No sé a qué huelen las rosas —dijo Clotilde.

Tal vez fuera cierto. El pueblo era árido, con un suelo duro, cuarteado por el salitre, y sólode vez en cuando alguien traía de otra parte un ramo de flores para arrojarlo al mar en elsitio donde se echaban los muertos.

—Es el mismo olor que tenía el ahogado de Guacamayal —dijo Tobías.
—Bueno —sonrió Clotilde—, pues si era un buen olor, puedes estar seguro que no venía de este mar.


Fragmento de un cuento de Gabriel García Márquez - 1961

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